miércoles, 27 de junio de 2012


Carminum II, 17 (A Mecenas) 

¿Por qué me quitas la vida con tus quejas?
Ni a los dioses es grato, ni a mí,
que mueras antes, Mecenas, tú,
pilar mío, toda mi gloria.
¡Ah! Si una fuerza prematura
te arrebatase a ti, la mitad de mi alma,
¿a qué esperaría yo, la otra,
no tan querida e incompleta superviviente?
Ese día traería la ruina a ambos.
Pero no será vano mi juramento:
iremos, iremos, dondequiera que vayas,
compañeros dispuestos a hacer juntos
la última jornada.
Ni el aliento de la ígnea Quimera,
ni, si resucitare, el centímano Gias,
me arrancaría nunca de ti:
así lo acordaron
Justicia poderosa y las Parcas.
Nacido bajo Libra
o bajo el formidable Escorpión,
el más violento signo en la hora natal,
o bajo Capricornio, tirano
de la onda Hespérica,
tus astros y los míos se corresponden
de manera increíble.
A ti la luminosa tutela de Júpiter
te libró del impío Saturno
y retardó las alas del Destino veloz
cuando el pueblo, reunido,
tres veces te aplaudió con alegría;
y a mí un tronco me hubiera
aplastado el cerebro, si Fauno,
custodio de los hombres de Mercurio
no hubiese aligerado con su diestra el golpe.
Acuérdate de ofrecerle víctimas
y del templo que prometiste;
yo inmolaré en su honor una humilde cordera. (Quinto Horacio Flaco)

Carminum II, 14 (A Póstumo)

¡Ay, ay, Póstumo, Póstumo,
fugaces se deslizan los años
y la piedad no detendrá
las arrugas, ni la inminente vejez,
ni la indómita muerte!
No, amigo, ni aunque inmolases cada día
trescientos toros al inexorable Plutón,
el que retiene al tres veces enorme
Gerión y a Ticio en las tristes aguas
que habremos de surcar todos cuantos
nos alimentamos de los frutos de la tierra,
seamos reyes o pobres campesinos.
Vano será que nos abstengamos
del cruento Marte y de las rotas
olas del ronco Adriático
vano que en los otoños hurtemos
los cuerpos al dañino Austro.
Hemos de ver el negro Cocito
que vaga con corriente lánguida,
y la infame raza de Dánao,
y al Eólida Sísifo, condenado
a eterno tormento.
Habremos de dejar tierra y casa
y dulce esposa; y de todos estos
árboles que cultivas ninguno,
salvo los odiosos cipreses,
te seguirá a ti, su dueño efímero;
y un sucesor más digno que tú
consumirá el Cécubo que guardaste
con cien llaves y teñirá
las losas con el soberbio vino,
el mejor en las cenas de los pontífices. (Quinto Horacio Flaco)

Carminum II, 10 (A Licinio) 

Más rectamente vivirás, Licinio,
si no navegas siempre por alta mar,
ni, mientras cauto temes las tormentas,
costeas el abrupto litoral.
Todo el que ama una áurea medianía
carece, libre de temor, de la miseria
de un techo vulgar; carece también,
sobrio, de un palacio envidiable.
Con más violencia azota el viento
los pinos de mayor tamaño,
y las torres más altas caen
con mayor caída, y los rayos
hieren las cumbres de los montes.
Espera en la adversidad, y en la
felicidad otra suerte teme,
el pecho bien dispuesto.
Es Júpiter quien trae
los helados inviernos,
y es él quien los aleja.
No porque hoy vayan mal las cosas
sucederá así siempre:
Apolo a veces hace despertar
con su cítara a la callada Musa;
no está siempre tensando el arco.
Muéstrate fuerte y animoso
en los aprietos y estrecheces;
y, de igual modo, cuando un viento
demasiado propicio hincha tus velas,
recógelas prudentemente. (Quinto Horacio Flaco)

EN EL ALBUM


DE S. A. LA INFANTA DOÑA ISABEL

En vuestro álbum escribir
me ordena Vos un sér
de quién me ordenó vivir
Dios cautivo hasta morir
por amor y por deber.
Mas dignaos advertir
que para haceros servir
no era tanto menester,
pues me honrais Vos con querer
lo que a mi me honra cumplir.
 
Su sola presentación
por sólo ser de quién es,
da a este álbum pasa y razón;
y pues prez da y galardón
él donde va, venga pues;
yo sé que mi obligación
es poner mi corazón
y mi pluma a vuestros pies;
y lo están... sin interés,
sin plazo y sin condición.

Más de este álbum ¡ay de mi!
Hay que miniar el papel
con una gota turquí
de la sangre de una hurí
recogida en un clavel,
y tomando por pincel
el pico de un colibrí,
que no iba más que miel;
en vuestro álbum, Isabel,
no se escribe más que así.

Quisiera así escribir yo:
pero así, ¿cómo y con qué?
La que por Vos me le dió
en mis manos le dejó
me dijo "escribe " y se fue¨.
Le he de escribir,¿cómo no?
Mas, señora, os juro a fe,
que desde que a mi llegó
no sé lo que me pasó
que lo que es de mi no sé.

Le miro y vuelvo a mirar,
le hojeó y vuelvo a hojear;
una hoja de la otra en pos
me detengo a contemplar;
una busco en que firmar
y se me pasa entre dos.
¡Ay! Vuestro álbum es el mar
en donde me arroja Dios
mi pensamiento a buscar...
 y yo no hablo más que a Vos.

Busco una idea a través
 del ondulaje en que van
y vienen, como una mies
sobre quien los vientos dan,
las mias; pero mi afán
perdido e inútil es:
mis pensamientos están
todos con Vos.¿Qué trae, pues,
vuestro álbum? ¿Es talismán
que os echa almas a los pies?

De vuestra cámara real
trae el perfume sutil:
vuestros labios de coral
con vuestro aliento vital
le han dado nardos de abril
el olor primaveral,
y en su canto marginal
de vuestra mano gentil
se adivina la señal
de los dedos de marfil.

Eso trae, y eso al traer,
trae de mi alma al interior
de la esperanza el albor,
la luz al amanecer,
la prez de vuestro favor,
al vapor de vuestro sér,
no como de una mujer
sino como el de una flor:
la flor que planta el deber
y que cultiva el honor.

 Trae además para mí
vuestro álbum más alta prez
que ambiciona la altivez
de mi ingenio baladí:
jamás fué par el neblí
con el águila; y buen juez
de mí mismo, si esta vez
hasta estas hojas subí,
mirad que me alzó hasta aqui
vuestra regia esplendidez.

Aqui os voy, pues, a poner
un cantar, no por llenar
un deber, no; por saber
que, el álbum al registrar,
por mis versos vais, al leer,
vuestros ojos a pasar;
y si logro yo el placer
de que os logren agradar,
¡qué honrados se van a ver
los versos de mi cantar!

Más ¿por qué anheláis señora,
tener aquí un vil montón
de versos míos, ahora
que mi vieja musa llora,
y a la puerta del panteón,
la vejez me desvigora,
del mundo me desamora,
me amilana el corazón
y tiene a mi guzla mora
descordada en un rincón?

¿Cómo ya hasta Vuestra Alteza
elevar podrá un cantar
un viejo, de quien ya empieza
a desvariar la cabeza
y la lengua a balbucear,
y que vacila y tropieza
al escribir y al andar?
Imposible: mi torpeza
de este papel la limpieza
no se atreve a emborronar.

Vuestra Alteza me perdone:
para mí es sólo el sonrojo
de no poder vuestro antojo
cumplir, mas la edad me abone.
Llegar a viejo supone
cambiar de ser; no es mancilla;
mas dejar de ser, humilla;
y pues lo que fué ya no es,
sólo pone a vuestros pies
lo que fué  JOSÉ ZORRILLA. (José Zorilla)

EL CONTRABANDISTA 

Subiendo la negra roca
de embarazosa montaña,
contrabandista español
bridón andaluz cabalga.
Lleva el trabuco a su lado,
el cuchillo entre la faja,
y con el humo del puro
su voz varonil levanta.

" Que brame en la peña el viento,
que se arda el monte vecino,
que rompa el inhiesto pino
el aquilón violento.
Yo desprecio sus furores;
y aquí solo, sin señores,
de pesadumbres ajeno,
oigo el huracán sereno
y canto al crujir del trueno
mis amores,"
 
" El albor de la mañana,
en sus matices de rosa,
me trae la imagen graciosa
de mi maja sevillana,
y en sus variados colores
me pinta las lindas flores
del suelo donde nací,
donde inocente reí,
donde primero sentí
mis amores."

" Cuando la enemiga bala
chilla medrosa a mi oído,
ya mi contrario caído
el alma rabioso exhala.
¡Qué me importan vengadores
cien fusiles matadores
que amenacen mi cabeza!
Con mi Moro  y mi destreza
yo les canto en la maleza
mis amores."
 
" Sienta yo el pujante brío
del galope de mi Moro ,
y el trabucazo sonoro
de algún compañero mío;
y que vengan triunfadores
los caballeros mejores
que empuñaron lanza ó freno.
Yo de temerles ajeno
cantaré libre y sereno
mis amores."

Tranquilo el contrabandista
aquí el canto llegaba,
cuando un acento francés
"¡Fuego !" a su lado gritaba.
Sobre su frente pasaron
con ruido silbar las balas,
y gendarmes le acometen
diciendo " ¡Ríndete a Francia!"
Y entonces él  " No se rinden
los que nacen en España",
y contra el jefe enemigo
su ancho trabuco descarga.
Cayeron dos, como arbusto
que el cierzo en pos arrebata.
En impetuosa carrera
el bruto gallardo arranca;
y por sobre los peñascos
que en rápida fuga salva,
cantando va el español
al trasponer la montaña:
" Vivir en los Pirineos,
pero morir en Granada." (José Zorilla)

ÉGLOGA I


Argumento

Alción i Caustino, dos pastores cuyos nombres tienen alegórica sinificación. El Caustino era amado de una pastora llamada Cynthia. Alción, siendo su amigo, se aficionó della, i andando lamentándose de ver que lo tratava con menosprecio, entendido de Caustino, i hallándolo en sus lamentaciones quexándose de la esquiveza de Cynthia, haziendo burla de su ciega passión, passa con él el razonamiento que contiene, etcétera.



A don Antonio Manrique

Mi Musa exercitada en las montañas,
entre riscos i árboles umbrosos,
oída de las fieras alimañas,
agradable a los Faunos amorosos,
quiere salir dexando las cabañas,
las dehesas i sotos deleytosos,
a los prados de Amor donde reparte
el fuego abrasador del fiero Marte,

i assí mostrar el amoroso afeto,
la poderosa fuerça que commueve
al más altivo pecho i más quieto
que cosas no esperadas tiente i prueve;
en cuanto el ocio i el temor secreto
en que me tiene el Hado, que remueve
tantas causas de daño en daño mío,
sin dar jamás a su crueldad desvío,

quiere que aora deste tiempo duro
reduzga un breve término a la pluma,
¡ó claro Don Antonio!, i qu'el seguro
temor espela i sossegar presuma,
porqu'el desseo i ánimo tan puro
que mueve a mi desseo no consuma
el voraz tiempo con oscuro olvido
siendo en Letheo a fuerça sumergido.

Por esso, gran señor, quitad d'en medio
un solo punto el velador cuydado,
solicitando a bueltas el remedio
qu'el Cielo tanto tiempo m'á negado,
i del govierno qu'es a tantos medio
os mostrad (a me oír) desocupado:
no porqu'el baxo acento lo meresca,
mas porque yendo a vos jamás peresca.

I el Cielo dando a mis trabajos buelta,
venido el tiempo que desseo tanto
en que mi opressa libertad sea suelta,
por vuestra mano dando fin al llanto,
dexada la fatiga en que rebuelta
vive mi alma, en numeroso canto
celebraré vuestro glorioso nombre,
qu'en toda parte toda gente nombre.

Mas ya qu'el tiempo aora me lo impide
i el horrible temor me corta el hilo,
pues él me lleva i él mis passos mide
dando al sugeto acomodado estilo:
recebid los suspiros que despide
Alción, oíd su llanto, ved que un Nilo
se buelve en su amorosa fantasía
siguiendo en soledad mi compañía.

De su dura fatiga compelido
i del tenaz dolor que le aquexava,
a contemplar (en quien lo trae encendido)
sin sobresalto, un monte freqüentava;
lugar quieto, dulce i ascondido,
do Betis suavemente murmurava
por entre flores i árboles corriendo,
do puesto Alción, la boz soltó diziendo:


ALCIÓN, CAUSTINO

ALCIÓN

¡Ó Cynthia airada, altiva, ingrata i dura!
¡Ó coraçón de duro diamante!
¡Ó Cynthia a mi tormento tan segura
i a mi firme querer tan inconstante!
¿De qué sirvió la inmensa hermosura
qu'el Cielo puso en ti? ¿De qu'el semblante
que sossiega la ira al fiero viento,
si es causa de dar fuerça a mi tormento?

¿De qué sirvió la púrpura i el oro,
la nieve, perlas i el rubí precioso?
¿De qué las luzes de immortal tesoro
i el nativo esplendor maravilloso?
¿De qué la boz del soberano coro?
¿De qu'el mirar onesto i poderoso
de dar a un muerto vida i buena suerte
si sólo a mí tal bien me da la muerte?

No porque a mi firmeza se le deve
ni a puro amor en mí tan conocido,
que tanto mal i tanta afrenta prueve
i en tal odio me vea consumido.
¿Cuál árbol, cuál montaña no se mueve
a mi dolor? ¿Cuál bronze endurecido?
¿Cuál risco no se ablanda con mis ojos?
¿Cuál aspereza d'ásperos abrojos?

Sola en ti no ay piedad, sola en ti falta,
que a todo sobrepujas en dureza:
assí cual eres en beldad más alta,
assí eres desigual en la crueza;
que tu ostinado coraçón esmalta
dentro de sí tal odio i tal fiereza
que oyendo tu crueldad en mis querellas
cruel te llama el Cielo i las estrellas.

Por ti padesco el aspereza i saña
del poderoso Amor i mi cuidado;
por ti todo contento i bien me daña
i por ti estoi sin mí i en ti ocupado;
por ti la soledad desta montaña
sigo, por ti aborresco mi ganado,
que otro tiempo amparé cuando fui dino
que me viesses sin miedo de Caustino.

Por él te veo siempre desdeñarme,
por él serte odioso el nombre mío;
por él huyes de mí sin escucharme
i por él sufro tu imortal desvío;
por él aun no te mueves a mirarme,
con no pretender más mi desvarío
de que un solo momento a hurto veas
el mal que hazes en mi por que lo creas.

No te pido yo en esto que aborrescas
a quien Amor, el Cielo i la ventura
favorecen, ni quiero qu'enternescas
tu coraçón por ver mi desventura,
que ya esperar que tú te condolescas
de mi terrible mal, sería locura
si no es que Amor quisiesse ya de hecho
mudar tu coraçón i altivo pecho.

Mas esto (si es remedio) no es possible
que pueda ser en mi favor i ayuda,
que siendo cual te soy aborrecible,
¿qué bien avrá que a socorrerme acuda?
¡Ó suerte dura! ¡Ó coraçón terrible!
¡Ó ingrata Cynthia! ¿Cómo no se muda
tu alma d'esse amor, por quien me dexas
ardiendo en fuego, en celo, en llanto, en quexas?

Con un suspiro puso fin al canto,
enternecido en su amorosa pena,
paró la lengua i dio lugar al llanto
que se mostrasse con crecida vena;
traspuesto en su congoxa i su quebranto
del racional discurso se enagena,
i estando assí, Caustino se hallava
en el mismo lugar i assí cantava:


CAUSTINO

Sagrado Betis, que con dulce estruendo
vas regando esta selva deleytosa
a donde van guiados mis acentos:
enfrena tu corriente presurosa;
oye mi canto, con el cual pretendo
tener suspensos los airados vientos;
i los más elementos
que distintos están por su aspereza
juntos al tierno canto
estarán mientras canto,
libre de la crueza
del ciego, injusto Amor i su fiereza,
en libertad sabrosa,
fuera de su contienda peligrosa.

Sus vanas esperanças seguí un tiempo,
sus dañosos plazeres m'agradaron,
mas desto vivo libre i reposado,
escarmentado en ver cuantos quedaron
burlados de su breve passatiempo,
i cuantos lloran su engañoso estado.
Comigo retirado
en esta soledad, dulce, agradable,
no temo si se aíra
mi pastora o me mira,
si esta odiosa o afable,
si quiere, si aborrece, si es mudable,
qu'es la vida que adora
el ciego amanta que su bien inora.

De todo aquesto en libertad segura
me río, i lo estoi viendo muy quieto,
despedidos del alma los temores,
seguro ya del peligroso aprieto,
reduzido a razón de mi locura
gozo el suave aliento destas flores;
en aquestos dulçores
ocupo solamente mi sentido,
i en llevar mi ganado
al pasto acostumbrado,
traerlo del exido,
en mirar si el sarmiento está metido,
si a la fresca ribera
pinta la desseada Primavera.

Pongo la cuerda a la sutil raposa,
tiendo la red al ave descuydada,
sigo el ligero ciervo en su corrida;
buelvo cargado dél a la majada
después que con carrera presurosa
en el curso acabó su curso i vida;
hago dél mi comida,
combido sin temor al ganadero,
que sus vacas guardando,
a su plazer cantando,
con ánimo sincero
lo acepta, i aunque rustico i grocero,
lo tiene en más estima
que plata u oro u lo que más s'estima.

No m'entretengo ni jamás do entrada
en mi memoria al fácil pensamiento,
qu'en cosas fuera déstas pare un punto;
luego lo aparto i voy en seguimiento
de la vida quieta i reposada,
que todo bien alcança i tiene junto.
No m'altero, o barrunto
mil sospechas, ni admito su recelo;
no doy fuerça al tirano
que jusga ya en su mano
todo el poder del suelo,
porqu'el otro señor viendo su zelo
de ambición, le responde
riendo lo qu'el cauto pecho asconde.

¿Quién es aquél que solo i recogido
al pie de aquella haya veo sentado,
seguro al parecer, libre i quieto?
¿Es Alción? ¡Él es, ó desdichado!
¿Qué nueva desventura le á traído
'aquesta soledad, o cuál aprieto
le tiene tan sugeto?
¿Vive en su antiguo fuego todavía?
Quiero a do está acercarme
i dél mismo informarme,
i por aquesta vía
passaré sin fastidio el largo día,
oyéndole dar cuenta
del mal que le consume i atormenta.

Salud tengas, Alción, i del rocío
de la dorada Aurora tengas parte,
i tenga fin tu mal tan importuno,
i en la fértil ribera deste río
que por diversas partes se reparte
veas el bien a tu desseo oportuno;
i sin miedo ninguno
del cauto lobo, pluvias o tormenta,
arribes tu ganado
al deleytoso prado
donde se representa
la gloria en que tu alma se sustenta,
i veas tus corderos
henchir de blanca lana tus aperos.


ALC.

Llueva dulce licor por tus collados,
uvas te dé la larga montuosa
i el lobo tenga miedo a tu ganado;
dente los alcornoques miel sabrosa
i tus corderos sean señalados
de la raíz de sándix de su grado.
La tierra sin arado
te produzga abundantes sementeras,
las ásperas espinas
te broten calvellinas,
i en las anchas laderas
te nasca el rico amomo i hagas eras,
i te dé tal contento
cual yo con tu venida aora siento.


CAU.

Cuán seguro, quieto i sin cuydado
te muestras, Alción, en tu semblante,
sentado a sombra d'essa haya umbrosa
sin que cosa a impedirte sea bastante;
gozoso vives el felice estado
do te subio tu suerte venturosa,
i con boz sonorosa
llamas a la pastora que recrea
tu alma, a ella ofrecida,
que de Amor encendida
la considere i vea,
i tu encendido amor conosca i crea,
i entre aquestos dulçores
los celos dan más fuerça a tus amores.


ALC.

Caustino: nunca fue tan venturoso
que de tan alto bien tuviesse parte,
ni jamás conocí tan alta suerte
ni ocupo mi juizio, estudio i arte
sino en mi trato agreste, desseoso
de verme libre de cuydado fuerte,
que causa triste muerte
al que sigue su lucha peligrosa,
a donde es ser vencido
el que más á podido.


CAU.

No me digas tal cosa,
que tu alma también es amorosa.


ALC.

¿Por qué razón lo entiendes?


CAU.

Porque conosco el fuego en que t'enciendes.


ALC.

Negarte que no estoy de Amor llagado,
que no abrasa el Amor el pecho mío,
sería negarte la verdad provada:
como si te afirmasse qu'este río
es monte, i esta haya es mi ganado,
i esta luz que da el Sol es emprestada;
i assí es cosa escusada
encubrir lo que al fin d'estar cubierto
el tiempo que lo encubre
él mesmo lo descubre,
mas el procurar cierto
quiénes la que yo amo, es desconcierto,
porque fiero castigo
el Cielo me promete si lo digo.


CAU.

Sin duda es la gran Iuno tu querida,
según la encubres dentro en tu conceto,
i es justo assí guardalle sus amores,
que uno por no amalla con secreto
fue su voluntad loca conocida
i por premio sacó eternos dolores.
Pues mira los ardores
de la hermosa Venus i el dios Marte
que aun de sí los guardavan,
mas después suspiravan
aquella sutil arte
con que su amor se supo en toda parte,
porqu'el umilde suelo
prometió no encubrille nada al Cielo.


ALC.

No quiero a Venus ni es mi amor con Iuno,
ni contiendo con dioses celestiales,
Caustino, ni procuro lo impossible;
ni dezafío dioses imortales,
ni quiero dellos infamar ninguno,
ni quiero ser a Iove aborrecible;
ni tengas por terrible
tener secreta aquella a quien adoro,
porque sería más vicio
dezir que la codicio
sin guardar el decoro
de aquella que merece el alto coro,
i no a un ganadero
que cuando más alcança es ser cabrero.


CAU.

Si en aqueste lugar secreto i solo
te dixesse quién es, ¿qué me dirías
si descubriesse todo tu desseo?


ALC.

Caustino, ten por cierto que serías
para comigo otro nuevo Apolo,
otro sabio Tiresias o Proteo;
i aunque lo seas no creo
que comprehender puedas el cuydado
a que vivo sugeto,
pues saber lo secreto
a Dios es reservado,
a quien el coraçón del ombre es dado,
por lo cual, ¡ó Caustino!,
no quieras imitar lo que es divino.

Mas ruégote, si el tiempo te concede
algún descanso i tu felice estado
te permite gozarlo en compañía,
des lugar al dulçor de tu cuydado
i al viento des la boz que 'Apolo ecede
su divino concento i armonía.
Seguirte é con la mía
no igual, para tener tal competencia,
mas dándome tu aliento
resonará mi acento
que vaya a la presencia
de aquella de quien nunca hago ausencia,
de aquella que m'enciende,
qu'el alma adora i sola el alma entiende.


CAU.

¿Si te agrada, Alción, cantar comigo
qué premio avrá el que uviere la vitoria
o quien nos oye que nos dé sentencia?

ALC.

¿Quién te puede, ¡ó Caustino!, a ti dar gloria
o quien puede en contienda entrar contigo
que no te ofresca el premio de obediencia?
¿Quién de la competencia
nos juzgue? No ay en esto qué juzgarnos,
que yo te reconosco
ventaja, i la conosco,
que por exercitarnos
i del calor molesto repararnos
pedí que al viento diesses
tu boz, no que comigo competiesses.


CAU.

Da principio, Alción, ¿por qué te tardas?
Tiempla tu dulce i sonorosa avena,
que con la mía ya te estó aguardando.


ALC.

Muestra tu rica i frutuosa vena,
Caustino, ¿que te impide?, ¿a cuándo aguardas?
que ya te están las Ninfas escuchando
i aquélla que abrasando
está mi coraçón en fuego esquivo
i en su yelo m'enciende.


CAU.

Muy sin razón te ofende
siendo tan su cativo.


ALC.

Aunque m'ofende en gran descanso vivo.


CAU.

Dexa ya essas passiones.


ALC.

Comiença, i avrán fin nuestras razones.


CAU.

Dad a mi umilde canto grato oído
vos montes, fieras, ríos, aves, viento,
qu'en lo más apartado i ascondido
se oyga nuestro rústico instrumento,
i el pecho de piedad endurecido
contra Alción se mueva a sentimiento,
de suerte que los Faunos i Silvanos
canten i baylen por aquestos llanos.


ALC.

Tú, Cielo de mis quexas fiel testigo,
que oír mi mal te suspendió algún día,
séme, cual ya me fuiste, dulce amigo,
pues sólo a ti conduele el ansia mía;
la ira, saña i el cruel castigo
de aquella fiera que mi bien desvía
i lleva por camino tan estraño
aplaca con dezirle tú mi daño.


CAU.

Traigan amomo i casia, esparzan flores,
caigan pluvias de oro en este prado
en servicio de Cyntia tus amores,
con que su saña i odio sea aplacado.
Dexa los montes, dexa los pastores,
¡ó Pan de Arcadia!, ven, dexa el ganado;
oye 'Alción i vengan por testigos
los mancebos de Arcadia sus amigos.


ALC.

Desde aquí estoy mirando, ¡ó Ninfa bella!,
las Ninfas i las diosas escuchando
mi suelta boz, i commovidas della
estar tu injusta crueldad culpando;
a ti te veo riendo mi querella
i tu culpa con daño mío escusando,
poniéndoles delante el amor puro
qu'enternece tu pecho al mío tan duro.


CAU.

En dura enzina al natural sacada
de sutil mano, tengo tu figura,
bella Cyntia, i tan bien entretallada
qu'en ella ven cual es tu hermosura;
la de Alción al propio trasladada,
que llorando su estrema desventura
tu implacable crueldad, tu poco aviso,
está por ti de sí hecho un Narciso.


ALC.

No ay planta en todo aquesto en que no vea,
¡ay, Ninfa ingrata! tu belleza puesta,
qu'en esta obra solamente emplea
mi alma la memoria en ti traspuesta;
mas temo (aunqu'esta gloria me recrea)
llegarme cerca aun con la vista presta,
impedida de ti i ardiendo en celo
lidio contigo, Amor, desseo i recelo.


CAU.

Cual fiera tigre no se mueve al canto
del mísero Alción, sino la ira
tuya, ¡ó cruel!, que al mundo causa espanto
no moverte jamás canto de lira;
alça los ojos a mirar un tanto,
que ardiendo en tu desdén de sí respira
ardiente fuego con qu'enciende el yelo
desta montaña i cassi abrasa el Cielo.


ALC.

De aquí donde tu saña rigurosa
me tiene desterrado, estoy mirando
(¡ay, fiera!) tu beldad maravillosa,
parte por parte viendo i contemplando;
i te veo que libre i desdeñosa
estás riendo lo qu'estoy llorando,
sin más memoria de mover tu pecho
que si no uvieras tú mi daño hecho.


CAU.

De la pesada siesta el gran quebranto
emos con nuestra música templado
i al Sol ardiente el encendido brío;
i una cosa, Alción, é contemplado:
que a la dulçura i fuerça de tu canto
cayó yelo i templo el ardiente estío,
hizo correr el río,
parar los montes sin ningún recelo,
que se moviesse el Cielo,
soplar los vientos cuando resonava
tu suelta boz i entr'estos riscos dava,
a tu Ninfa llamando
que de tu fiero mal s'está burlando.


ALC.

¿Cuándo jamás mi Musa campesina
mereció que tal gloria se le diesse
cual as dado al umilde canto mío?
¿O cuándo mereció que competiesse
mi boz terrestre con tu boz divina,
pues es imaginarlo desvarío?
¿O cuándo el presto río
pudo mi canto suspender a oírme
cual quisiste dezirme,
si no es qu'en tener yo tu compañía
tuvo valor la indina Musa mía,
criada entre montañas,
exercitada en rústicas cabañas?

I aora conseguí qu'en mi cadena
cantar pudiesse, ¡ó gloria soberana!,
que tanto premio viesse en mi baxeza,
i no en balde la boz d'esta mañana
cuando traspuesto en mi sabrosa pena
llegó a mi oído aquí en esta aspereza
diziendo: tu tristeza
tendrá fin oi, primero que a Ocidente
llegue el Sol, que de Oriente
començava a mostrar sus rayos de oro;
con esta hoz se reparó mi lloro
i aora é conocido
que aquella boz en esto se á cumplido.


CAU.

¿Qué boz pudo, Alción, hazerte cierto
de tan dudosa i no pensada gloria?
¿O quién pudo advertirte deste hecho,
que cierto es cosa dina de memoria
saber estando en medio de un dezierto
tan fuera de sentido, en tal estrecho,
sintiessen tu despecho,
tu riguroso mal, i condolidas
las Ninfas ascondidas
dentro en los verdes árboles umbrosos,
oyendo tus acentos dolorosos,
i a ellos respondiessen
i esperança tan próspera te diessen?

No tienes, Alción, razón ninguna
tener assí encubierta tal hazaña
a quien de tu contento lo recibe,
pues no ay quien pueda en toda esta montaña
impedir que no cuentes tu fortuna,
para lo cual al punto te apercibe.


ALC.

Nada no me prohíbe
contar, Caustino amigo, mi suceso,
mas es largo el proceso
i no ay lugar, pues ya declina el día;
si quisieres los dos en compañía,
bolvamos tu ganado
del pasto, i demos buelta a lo abrigado,
i mañana la nueva luz mostrando
el claro Sol en el rosado Oriente,
con que se alegran al lugar presente,
venir podremos al lugar presente,
donde te iré, Caustino, recitando
todo el proceso de mis largos males.


CAU.

Si en ocasiones tales
difieres de dar cuenta de tu istoria,
recoge la memoria
i demos ambos buelta a mi cabaña,
que si el oído i vista no me engaña
Théstilis la criada
nos llama con la cena adereçada. (Juan de la Cueva)


EPÍSTOLA I


Sobre el ingenio y arte disputaron
Palas y el fiero hijo de la Muerte
a quien del cielo por odioso echaron.

La sabia diosa su razón convierte
en decir que el ingenio sin el arte
es ingenio sin arte cuando acierte.

De estas dos causas seguiré la parte
por do el ingenio inspira, el arte adiestra
sin que de su propósito me aparte.

Si admite la deidad sagrada vuestra,
Fébeas cultoras de Helicón divino,
comunicarse a la bajeza nuestra.

Y adiestrándome vos por el camino
de la vulgar rudeza desviado,
a su brutez profana siempre indino,


QUIERO CANTAR LAS LIDES…


ANACREÓNTICA

Quiero cantar las lides
en cítara entonada
sonando el eco horrendo
de fúnebres batallas.
Mas rebelde mi lira
cuando mi mano airada
la pulsa, a Fili bella,
sólo a mi Fili canta.
En balde, en balde quiero
las épocas pasadas
renovar en mi lira
y antiguas las hazañas.
Amor las cuerdas todas
sacude con sus alas
y obstinado celebra
la bella que le encanta.
En balde yo las cuerdas
ardiendo en ira y rabia
una y otra y mil veces
despechado mudara.
Sólo a la linda Fili
cuando yo la pulsaba,
sólo sus quince hermosos
amor con ella alaba.
Suena, pues, lira mía,
tus voces acordadas
hoy el natal de Fili
den a los ecos blandas.
Y al vibrarlas Favonio
vuele y con dulce calma
en su cabello de oro
deposite sus auras.
Vuele el amor a Fili
y entréguele su aljaba
y bullicioso juegue
en sus pomas de nácar.
Del tardo Manzanares
las ninfas y zagalas
cojan vistosas flores
y hagan de ellas guirnaldas.
Suenen, lira, tus cuerdas
en la fresca mañana
la rosa del capullo
arrojando sus gracias.
Volad, versos, a Fili,
y en premio suplicadla
que torne sus ojuelos
a mirarme apiadada,
y en tantos besos deje
que en su labio de grana
mi labio robe el fuego
que en su coral se guarda;
cual ve corderos blancos
pacer en la comarca,
y como tiene el prado
fragantes flores gayas;
como hebras blondas rizas
sobre su frente vagan
y deja el mar menudas
arenas en la playa;
como suspiros tiernos
por ella el pecho lanza,
como zagales bellos
se abrasan en su llama. (Mariano José de Larra)

A la invención de la imprenta

¿Será que siempre la ambición sangrienta
o del solio el poder pronuncie sólo,
cuando la trompa de la fama alienta
vuestro divino labio, hijos de Apolo?
¿No os da rubor? El don de la alabanza,
la hermosa luz de la brillante gloria,
¿serán tal vez del nombre a quien daría
eterno oprobio o maldición la historia?
¡Oh! despertad: el humillado acento
con majestad no usada
suba a las nubes penetrando el viento
y si queréis que el universo os crea
dignos del lauro en que ceñís la frente,
que vuestro canto enérgico y valiente
digno también del universo sea.

No los aromas del loor se vieron
vilmente degradados
así en la Antigüedad: siempre las aras
de la invención sublime.
del Genio bienhechor los recibieron.
Nace Saturno, y de la madre tierra
el seno abriendo con el fuerte arado,
el precioso tesoro
de vivífica mies descubre al suelo,
y grato el canto le remonta al cielo,
y Dios le nombra de los siglos de oro.
¿Dios no fuiste también tú, que allá un día
cuerpo a la voz y al pensamiento diste,
y trazándola en letras detuviste
la palabra veloz que antes huía?

Sin ti se devoraban
los siglos a los siglos, y a la tumba
de un olvido eternal yertos bajaban.
Tú fuiste: el pensamiento
miró ensanchar la limitada esfera
que en su infancia fatal le contenía.
Tendió las alas, y arribó a la altura
de do escuchar la edad que antes viviera,
y hablar ya pudo con la edad futura.
¡Oh, gloriosa ventura!
Goza, Genio inmortal, goza tú solo
del himno de alabanza y los honores
que a tu invención magnífica se deben:
contémplala brillar; y cual si sola
a ostentar su poder ella bastara,
por tanto tiempo reposar Natura
de igual prodigio al universo avara.

Pero al fin sacudiéndose, otra prueba
la plugo, hacer de sí, y el Rin helado
nacer vio a Guttemberg. «¿Conque es en vano
que el hombre al pensamiento
alcanzase escribiéndole a dar vida,
si desnudo de curso y movimiento
en letargosa oscuridad se olvida?
No basta un vaso a contener las olas
del férvido Oceano,
ni en sólo un libro dilatarse pueden
los grandes dones del ingenio humano.
¿Qué les falta? ¿Volar? Pues si a Natura
un tipo basta a producir sin cuento
seres iguales, mi invención la siga:
que en ecos mil y mil sienta doblarse
una misma verdad, y que consiga
las alas de la luz al desplegarse».

Dijo, y la imprenta fue; y en un momento
vieras la Europa atónita, agitada
con el estruendo sordo y formidable
que hace sañudo el viento
soplando el fuego asolador que encierra
en sus cavernas lóbregas la tierra.
¡Ay del alcázar que al error fundaron
la estúpida ignorancia y tiranía!
El volcán reventó, y a su porfía
los soberbios cimientos vacilaron.
¿Qué es del monstruo, decid, inmundo y feo
que abortó el dios del mal, y que insolente
sobre el despedazado Capitolio
a devorar el mundo impunemente
osó fundar su abominable solio?

Dura, sí; mas su inmenso poderío
desplomándose va; pero su ruina
mostrará largamente sus estragos.
Así torre fortísima domina
la altiva cima de fragosa sierra;
su albergue en ella y su defensa hicieron
los hijos de la guerra,
y en ella su pujanza arrebatada
rugiendo los ejércitos rompieron.
Después abandonada,
y del silencio y soledad sitiada,
conserva, aunque ruinosa, todavía
la aterradora faz que antes tenía.
Mas llega el tiempo, y la estremece, y cae;
cae, los campos gimen
con los rotos escombros, y entretanto
es escarnio y baldón de la comarca
la que antes fue su escándalo y espanto.

Tal fue el lauro primero que las sienes
ornó de la razón, mientras osada,
sedienta de saber la inteligencia,
abarca el universo en su gran vuelo.
Levántase Copérnico hasta el cielo,
que un velo impenetrable antes cubría,
y allí contempla el eternal reposo
del astro luminoso
que da a torrentes su esplendor al día.
Siente bajo su planta Galileo
nuestro globo rodar; la Italia ciega
le da por premio un calabozo impío,
y el globo en tanto sin cesar navega
por el piélago inmenso del vacío.
Y navegan con él impetüosos,
a modo de relámpagos huyendo,
los astros rutilantes; más lanzado
veloz el genio de Newton tras ellos,
los sigue, los alcanza,
y a regular se atreve
el grande impulso que sus orbes mueve.

«¡Ah! ¿Qué te sirve conquistar los cielos,
hallar la ley en que sin fin se agitan
la atmósfera y el mar, partir los rayos
de la impalpable luz, y hasta en la tierra
cavar y hundirte, y sorprender la cuna
del oro y del cristal? Mente ambiciosa,
vuélvete al hombre». Ella volvió, y furiosa
lanzó su indignación en sus clamores.
«¡Conque el mundo moral todo es horrores!
¡Conque la atroz cadena
que forjó en su furor la tiranía,
de polo a polo inexorable suena,
y los hombres condena
de la vil servidumbre a la agonía!
¡Oh!, no sea tal». Los déspotas lo oyeron,
y el cuchillo y el fuego a la defensa
en su diestra nefaria apercibieron.

¡Oh, insensatos! ¿Qué hacéis? Esas hogueras
que a devorarme horribles se presentan
y en arrancarme a la verdad porfían,
fanales son que a su esplendor me guían,
antorchas son que su victoria ostentan.
En su amor anhelante
mi corazón extático la adora,
mi espíritu la ve, mis pies la siguen.
No: ni el hierro ni el fuego amenazante
posible es ya que a vacilar me obliguen.
¿Soy dueño, por ventura,
de volver el pie atrás? Nunca las ondas
tornan del Tajo a su primera fuente
si una vez hacia el mar se arrebataron:
las sierras, los peñascos su camino
se cruzan a atajar; pero es en vano,
que el vencedor destino
las impele bramando al Oceano.

Llegó, pues, el gran día
en que un mortal divino, sacudiendo
de entre la mengua universal la frente,
con voz omnipotente
dijo a la faz del mundo: «El hombre es libre».
Y esta sagrada aclamación saliendo,
no en los estrechos límites hundida
se vio de una región: el eco grande
que inventó Guttemberg la alza en sus alas;
y en ellas conducida
se mira en un momento
salvar los montes, recorrer los mares,
ocupar la extensión del vago viento,
y sin que el trono o su furor la asombre,
por todas partes el valiente grito
sonar de la razón: «Libre es el hombre».

Libre, sí, libre: ¡oh dulce voz! Mi pecho
se dilata escuchándote y palpita,
y el numen que me agita,
de tu sagrada inspiración henchido,
a la región olímpica se eleva,
y en sus alas flamígeras me lleva.
¿Dónde quedáis, mortales
que mi canto escucháis? Desde esta cima
miro al destino las ferradas puertas
de su alcázar abrir, el denso velo
de los siglos romperse, y descubrirse
cuanto será. ¡Oh placer! No es ya la tierra
ese planeta mísero en que ardieron
la implacable ambición, la horrible guerra.

Ambas gimiendo para siempre huyeron
como la peste y las borrascas huyen
de la afligida zona que destruyen,
si los vientos del polo aparecieron.
Los hombres todos su igualdad sintieron,
y a recobrarla las valientes manos
al fin con fuerza indómita movieron.
No hay ya, ¡qué gloria!, esclavos ni tiranos;
que amor y paz el universo llenan,
amor y paz por dondequier respiran,
amor y paz sus ámbitos resuenan.
Y el Dios del bien sobre su trono de oro
el cetro eterno por los aires tiende;
y la serenidad y la alegría
al orbe que defiende
en raudales benéficos envía.

¿No la veis? ¿No la veis? ¿La gran coluna,
el magnífico y bello monumento
que a mi atónita vista centellea?
No son, no, las pirámides que al viento
levanta la miseria en la fortuna
del que renombre entre opresión granjea.
Ante él por siempre humea
el perdurable incienso
que grato el orbe a Guttemberg tributa,
breve homenaje a su favor inmenso.
¡Gloria a aquél que la estúpida violencia
de la fuerza aterró, sobre ella alzando
a la alma inteligencia!
¡Gloria al que, en triunfo la verdad llevando,
su influjo eternizó libre y fecundo!
¡Himnos sin fin al bienhechor del mundo! (Manuel José Quintana)

Para el álbum de la Sra. doña Gertrudis Gómez de Avellaneda

Ya la corona lírica tus sienes
Con no usado esplendor ceñido había
Cuando tú, en tu magnánima porfía,
Lauro mayor a tu ambición previenes:

Y a vista de Madrid estremecido,
Su puñal a Melpómene arrebatas,
Y al noble Munio en su dolor retratas,
Librándole por siempre del olvido.

Aspira a más: y si el valor guerrero
Tal vez tu numen sin igual inflama,
Dale aliento a la trompa de la fama
Y venza en fuerza y majestad A Homero.

Así crezca tu honor, Musa española.
Sé del Parnaso gloria y esperanza,
Y el mundo te tribute la alabanza
Que nadie mereció sino tú sola.(Manuel José Quintana)

domingo, 24 de junio de 2012



Antología de Catulo

1

¿A quién dono este agradable, nuevo librito
con árida pómez recién pulido?
Cornelio, a ti, pues tú solías
creer que son algo mis tonterías,
ya entonces cuando osaste, único de los ítalos,
el tiempo explicar en tres pliegos,
doctos, Júpiter, y laboriosos.
Por ello ten para ti este librito, sea cual sea
y como sea; el cual, patrona Virgen,
más dure, perenne, de un siglo.

2

Pajarito, delicias de mi niña,
con el que jugar, que en el seno tener,
al que la yema del dedo dar, que la apetece,
y suele incitar a acres mordiscos,
cuando por la nostalgia mía esforzada,
a un amado no sé qué gusta de jugar,
y consuelito de su dolor,
creo que para que entonces su grave ardor se aquiete:
contigo jugar, como tú misma, pudiera yo,
y los tristes cuidados de mi ánimo aliviar.

Tan grato es para mí como cuentan que para la niña
esforzada su dorada manzana fue,
la que su ceñidor soltó, largo tiempo atado.

3

Plañid, oh las Venus y los Deseos,
y cuanto hay de personas más seductoras:
el pajarito muerto se ha, de mi chica,
el pajarito, delicias de mi chica,
al que más ella que a los ojos suyos amaba,
pues meloso era y a la suya conocía
misma tan bien como la chica a su madre
y no él del regazo de ella se movía
sino alrededor saltando, ora acá, ora allá,
a su sola dueña sin cesar pipiaba:
el que ahora camina por un camino tenebregoso
allá, de donde niegan que vuelva nadie.
Mas a vosotros mal haya, malas tinieblas
del Orco, que todas las cosas bonitas devoráis:
tan bonito pajarito a mí me quitasteis,
oh, hecho mal, oh, pobrecito pajarito:
por tu obra ahora los de mi chica,
de llorar, hinchaditos rojecen, sus ojillos.

4

La goleta aquella que veis, huéspedes,
dice que fue de las naves la más rápida
y que, de ningún nadador madero el ímpetu,
no podía preterirla, tanto si con palas
menester fuera volar, o si con lienzo.
Y esto niega que el litoral niegue
del amenazador Adriático, o las islas Cíclades
y Rodas la noble, y la hórrida tracia
Propóntide, o el bravo póntico Golfo,
donde ésta, después goleta, antes fue
peinada espesura, pues en la citoria cima
con su habladora melena a menudo su silbido emitió.
Oh, Amastris póntica, y Citoro de los bojedales,
para ti esto fue y es conocidísimo,
dice la goleta: desde su último origen
que estuvo, dice, en la cumbre tuya,
que imbuyó sus palas en la superficie tuya,
y que de ahí, a través de tantos impotentes estrechos,
a su amo llevó, izquierda o derecha
llamara el aura, o si Júpiter a la vez,
favorable, incidiera sobre uno y otro pie,
y que ningunos votos a los litorales dioses
por ella fueron hechos, aunque llegara desde un mar
novísimo a este hasta el fin límpido lago.
Pero estas cosas anteriormente fueron: ahora en recóndita
quietud vejece y, ella, se dedica a ti,
gemelo Cástor y gemelo de Cástor.

5

Vivamos, mi Lesbia, y amemos,
y los rumores de los viejos más severos
todos en un as estimemos.
Los soles morir y volver pueden:
a nosotros, cuando una vez se nos muere nuestra breve luz,
noche hay perpetua, una, para dormirla.
Dame besos mil, después ciento,
después mil otros, después un segundo ciento,
después sin cesar otros mil, después ciento,
después, cuando miles muchos hiciéramos,
los conturbaremos, para que no sepamos,
o para que ningún malvado envidiarlos pueda
cuando tantos sepa que son, de besos.

6

Flavio, las delicias tuyas a Catulo,
si no es que sean desagradables e inelegantes,
querrías decir y callarlas no podrías.
Pero no sé a qué suerte de febriculosa
ramera aprecias: esto te avergüenza confesar.
Pues que tú no viudas yaces las noches,
para nada callado, tu lecho lo clama,
de guirnaldas y sirio olivo fragante,
y el almohadón, y las bolsas, y este y aquel
hundido, y de tu trémulo lecho la agitada
argumentación y su circunvolución.
Pues de nada persistir sirve, de nada callar.
¿Por qué? No tan jodidos tus lomos abres
si tú no haces alguna tontería.
Por lo cual, lo que tengas de bueno o malo,
dinos a nos: quiero a ti y a tus amores
al cielo llamar con agradable verso.


7

Preguntas cuántos a mí besares
tuyos, Lesbia, sean bastantes y de sobra.
Cuan grande el número de las libisas arenas
en la laserpiciosa Cirene yace,
entre el oráculo de Júpiter flagrante
y el sagrado sepulcro de Bato el antiguo,
o cuantas estrellas muchas, cuando calla la noche,
los furtivos amores de los hombres ven:
tantos besos muchos, que tú beses,
para el vesano Catulo bastante y de sobra es,
los que ni percontar los curiosos
puedan, ni fascinarlos con malvada lengua.

8

Pobre Catulo, que dejes de hacer lo indebido,
y lo que ves pasado perdido lo digas.
Fulgieron un día cándidos para ti los soles,
cuando acudías adonde tu niña decía,
amada para nos cuanto amada será ninguna.
Allí, cuando aquellas muchas cosas divertidas se hacían,
que tú querías, y tu chica de querer no dejaba,
fulgieron verdaderamente cándidos para ti los soles.
Ahora ya ella no quiere: tú también, impotente, no quiere,
ni lo que huye sigue, ni triste vive,
sino con obstinada mente soporta, resite.
Salud, niña; ya Catulo resiste,
y no te requerirá ni rogará, involuntaria.
Mas tú te dolerás cuando ninguna seas rogada.
Impía, ay de ti, qué vida a ti te espera,
quién ahora a ti se acercará, a quién parecerás bonita,
a quién ahora amarás, de quién que eres se dirá,
a quién besarás, a quién los labios morderás.
Mas tú, Catulo, decidido, resiste.

9

Veranio, de todos mis amigos
antepuesto para mí a miles trescientos,
¿has venido a casa, a tus penates
y hermanos unánimes y vieja madre?
Has venido, oh para mí nuncios dichosos.
Te veré a ti, incólume, y te oiré de los iberos
narrando los lugares, hechos, naciones,
como la costumbre es tuya, y plegándome a tu cuello
agradable, tu boca y ojos suavemente besaré.
Oh, cuántos hay hombres más dichosos,
qué, que yo, más alegre o dichoso.

10

El Varo a mí, mío, a sus amores,
al verme ocioso, me llevó, desde el Foro:
una ramerilla, como a mí entonces de repente me pareció,
no en verdad desagradable ni desagraciada.
Allí cuando llegamos, recayeron a nosotros
discursos varios entre los cuales qué fuera
ya Bitinia, en qué medida se tenía,
y si en algo a mí me benefició de bronce.
Respondí lo que era, que nada ni para nos mismo
ni para los pretores había, ni la cohorte,
por que alguien la cabeza más ungida trajera,
especialmente los que tuvieran un mamado
de pretor y al que no le importara un bledo la cohorte.
“Mas, de cierto que, aun así”, dicen, “lo que allí
natural se dice que es, te agenciaste,
para la litera unos hombres.” Yo, para ante la chica
uno hacerme más afortunado,
“No”, digo, “a mí tan malamente me fue
que, una provincia porque mala me cayera,
no pudiera ocho hombres aparejarme rectos.”
Mas yo ninguno tenía ni aquí ni allí
que un roto pie de mi viejo diván
en el cuello colocarse pudiera.
Aquí ella, como digno era del más sodomita:
“Te lo suplico”, dice, “a mí, mi Catulo, un poco
éstos me presta, pues quiero a Serapis
hacerme llevar.” “Espera”, dije a la chica,
“esto que ora había dicho que yo tenía,
me huyó a mí la razón, mi amigo
Cina es, Gayo: él se los aparejó.
En verdad, si de él o míos, ¿qué a mí?
Los uso tan bien como si a mí yo me los aparejara.
Pero tú, insulsa, mal y molesta vives,
por la cual no se puede ser distraído.”

11

Furio y Aurelio, compañeros de Catulo
bien si a los extremos indos va a penetrar,
donde el litoral por la lejos resonante, oriental
     onda es batido,
bien si a los hircanos o árabes blandos
ya si a los sagas o a los saeteros partos,
bien si las superficies que el septillizo
     Nilo colora,
bien si tras los altos Alpes pisa,
de César divisando los monumentos, el magno,
el gálico Rin, los horribles, pintados de verde, últi-
     mos britanos,
todo esto y cuanto traiga la voluntad
de los celestes, una vez a probar preparados,
unas pocas anunciad a mi chica,
     no buenas palabras.
Con sus adúlteros viva y valga,
a los que de una vez abrazada tiene a trescientos,
a ninguno amando de verdad, pero una y otra vez de todos
     los ijares rompiendo,
y no al mío se vuelva, como antes, a mi amor,
el que por culpa de ella cayó como de un prado
la última flor, después de que, de largo pasando,
     tocada por el arado ha sido.

12

Marrucino Asinio, de tu mano siniestra
no bonitamente te sirves: en el juego y el vino
levantas los lienzos de los más distraídos.
¿Crees que esto es gracioso? Se te escapa, tonto:
cuanto quieras, el hecho es sucio y desagraciado.
¿No me crees a mí? Cree a Polión,
tu hermano, que tus hurtos incluso por un talento
que se mutaran quisiera, pues es de gracias
lleno un chico, y de donaires.
Por lo cual, o endecasílabos trescientos
espera, o a mí el lienzo remite,
el cual a mí no me mueve por su valor:
en verdad es un souvenir de un amigo.
Pues unos sudarios játivos, de los iberos,
me enviaron a mí de regalo Fabulo
y Veranio: que los ame necesario es,
como al Veraníolo mío y a Fabulo.

13

Cenarás bien, mi Fabulo, cabe mí,
en pocos –si a ti los dioses te favorecen– días,
si contigo trajeras una buena y magna
cena, no sin una cándida chica,
y vino y sal y todas las carcajadas.
Esto si, digo, trajeras, encanto nuestro,
cenarás bien; pues de tu Catulo
lleno el bolsillo está de arañas.
Pero por contra recibirás puros amores
o si algo más suave y elegante hay:
pues un ungüento te daré que a mi chica
donaron las Venus y los Deseos,
el cual tú cuando olfatees, a los dioses rogarás
que todo a ti te hagan, Fabulo, nariz.

14A

Si a ti más que a los ojos míos no amara,
gratísimo Calvo, por el presente este
te odiaría a ti con odio vatiniano:
pues qué he hecho yo o qué he dicho,
por que a mí con tantos poetas mal me pierdas.
A ese cliente los dioses males muchos den,
que tantos impíos a ti te envió:
que si, como sospecho, este nuevo y hallado
presente te lo da a ti Sila el gramático,
no es para mí mal, sino bien y dichosamente,
porque no perecen tus esfuerzos.
Dioses magnos, horrible y sacro libelo
el que tú evidentemente a tu Catulo
enviaste para que al siguiente día pereciera,
en las Saturnales, el mejor de los días.
No, no esto a ti, falso, así saldrá,
pues, si luciera, a los cofres
correré de los libreros: los Cesios, los Aquinos,
Sufeno, todos colectaré los venenos
y a ti con estos suplicios te remuneraré.
Vosotros de aquí entre tanto adiós, salid
allá, de donde vuestro mal pie trajisteis,
del siglo malestar, pésimos poetas.

14B

Si alguno acaso de mis inconveniencias
lectores seréis, las manos vuestras
no os horrorizaréis de acercar a nos...
* *

15

Te encomiendo a ti, Aurelio, a mí
y a mis amores. La venia púdica te pido
de que, si algo en el ánimo tuyo has deseado
que casto ansiaras y enterillo,
me conserves el chico a mí púdicamente,
no digo de la gente: nada tememos
a éstos que en la plaza ora acá ora allá
de largo pasan en la cosa suya ocupados.
Mas de ti tengo miedo y de tu pene
infesto para los chicos buenos y malos,
el cual tú por donde gustes, cuando gustes mueve,
cuanto quieras, cuando esté para afuera preparado.
A éste único exceptúo, según creo púdicamente,
que si a ti una mala mente o un furor insensato
a tan gran culpa te empujara, canalla,
de que nuestra cabeza con trampas provoques,
ay, entonces pobre de ti y de mal hado,
a quien, tirándote de los pies y abierta la puerta,
te recorrerán rábanos y berenjenas.

16

Os encularé y me la mamaréis
bardaje de Aurelio y marica de Furio,
que a mí por los versículos míos me creísteis,
porque son blanditos, poco púdico,
pues casto ser honra al piadoso poeta
mismo: sus versículos nada necesario es,
que entonces al fin tienen sal y encanto
si son blanditos y poco púdicos,
y que lo que escueza incitar puedan
no digo a los chicos, sino a estos vellosos
que sus duros lomos no pueden mover.
¿Vosotros, porque miles muchos de besos
leísteis, que mal soy yo un hombre creéis?
Os daré por el culo y me la mamaréis.

17

Oh Colonia, que deseas en tu puente largo divertirte
y bailar preparado tienes, pero temes las ineptas
piernas del puentecillo, erguido sobre ejecillos resucitados,
no boca arriba vaya y en el cavo pantano se tumbe:
así para ti bueno, según tu placer, el puente se haga,
en el que de Salisubsal los sacrificios incluso sean acogidos,
pero el presente este a mí da, Colonia, de la más grande risa.
Cierto munícipe mío quiero que de tu puente
vaya en picado al lodo, por cabeza y pies,
pero donde, de todo el lago y el pútrido pantano,
lividísima y máximamente es profunda la vorágine.
Insulsísimo es un hombre y no tiene gusto, en la traza de un chiquillo
bienal, en el tembloroso acodo de su padre durmiendo.
Con él aunque se ha casado en verdísima flor una chica,
y chica que un ternecillo cabrito más delicada,
de guardar ella más diligentemente que las negrísimas uvas,
divertirse a ella la deja como quiere, y ni un pelo solo le importa
y no se subleva por su parte, sino que como un aliso
en su fosa yace desjarretado por la liguria segur,
justo tanto todo sintiendo como si ninguna tuviera por ningún lugar.
Este tal estupor mío nada ve, nada oye,
él mismo que existe, o si existe o no existe, esto también lo ignora.
Ahora a él quiero de tu puente enviarlo de cabeza,
si capaz esto es de repente de sacarlo de su estúpida modorra
y boca arriba esta actitud abandona en el pesado cieno,
como su férrea suela en la tenaz vorágine la mula.

(18-20)

Poemas espurios

21

Aurelio, padre de las hambres,
no de éstas sólo, sino de cuantas o fueron
o son o serán en otros años,
encular deseas a mis amores,
y no a escondidas: pues junto estás, juegas a su vera,
prendido a su lado todo intentas.
En vano: pues a ti, que insidias a mí me levantas,
te tocaré yo primero con una mamada.
Y esto, si lo hicieras saciado, yo callaría.
Ahora de esto mismo me duelo: que a hambrear
de ti y a estar sediento el chico aprenderá.
Por lo cual cesa tú, mientras lícito es a tu pudor,
no al final llegues, pero habiendo mamado.

22

El Sufeno ese, Varo, que buenamente conoces,
hombre es seductor, y decidor, y urbano,
y él mismo, de largo, muchísimos versos hace.
Creo yo que tiene él o diez mil o más
escrituras, y no así, como se hace, en un palimpsesto
referidas: papiros regios, nuevos libros,
nuevos ombligos, cinchas rojas de membrana;
alineadas a plomo y con pómez todas igualadas.
Ellas, cuando las leas tú, el lindo aquel y urbano
Sufeno un simple ordeñador de cabras o un cavador
por contra te parecerá: tan espantosamente dista y cambia.
Esto, ¿qué creamos que es? El que ahora poco gracioso,
o si algo que esta cosa más agudo, parecía,
el mismo, que un desagraciado campo es más desagraciado,
una vez que poemas toca, y, el mismo, nunca
igual es de feliz que un poema cuando escribe:
tanto se goza en sí mismo y tanto a sí mismo él se admira.
No es admirable: en lo mismo todos caemos y no hay nadie
a quien no en alguna cosa ver a un Sufeno
puedas. El error suyo a cada uno atribuido ha sido,
pero no vemos del costal lo que en la espalda está.

23

Furio, que ni siervo tienes ni arca,
ni chinche ni araña ni fuego,
pero tienes padre y también madrastra,
cuyos dientes bien un pedernal comerse pueden:
te va pulcramente a ti con tu padre
y con el leño de esposa de tu padre.
Y no me admiro, pues bien estáis todos,
pulcramente digerís, nada teméis,
no incendios, no pesadas ruinas,
no hechos impíos, no engaños de veneno,
no otras suertes de peligros.
Y aun cuerpos más secos que un cuerno
o si algo más árido hay tenéis,
del sol y el frío y el hambre.
¿Por qué razón no te iría a ti bien y dichosamente?
Tú sudor no tienes, no tienes saliva,
moco y mala pituita de nariz.
A esta limpieza añade una más limpia,
que el culo tuyo más puro que un salero está,
y ni diez veces cagas en todo el año,
y aun esto más duro es que una alubia o unas piedrecillas,
lo cual tú si con las manos trizaras o refregaras,
nunca un dedo emponzoñarte podrías.
Estas ventajas tú tan felices, Furio,
no quieras despreciar ni tener en poco,
y los sestercios cien, que sueles,
de pedirme cesa: pues bastante eres feliz.

24

Oh quien la florecilla eres de los Juvencios,
no de éstos sólo, sino cuantos o fueron
o a partir de ahora serán en otros años:
preferiría que las riquezas de Midas hubieras dado
a éste que ni siervo tiene ni arca,
a que así te dejaras que él te ame.
“¿Quién? ¿No es una bella persona?” Dirás. Lo es,
pero el bello este ni siervo tiene ni arca.
Esto tú cuanto quieras desdeña y atenúa:
y ni siervo aun así él tiene, ni arca.

25

Sodomita de Talo, más suave que de un conejillo el cabello
o de un ánsar la medulilla, o lo más bajito de la orejilla,
o el pene lánguido de un viejo y el moho arañoso,
y tú mismo, Talo, más rapaz que un turbio vendaval
cuando una rica caja sus rajas muestra abriéndose,
devuélveme el palio a mí mío, que me levantaste,
y el sudario játivo y los tapices tinos,
inepto, que abiertamente sueles tener como ancestrales.
Los cuales ahora de tus uñas despega y devuélvemelos,
no sea que en tu costadillo de lana y manos blandecillas
quemantes flagelos indecentemente a ti te acribillen
e insólitamente bullas, como diminuta nave
sorprendida en un gran mar, enloquecido el viento.

26

Furio, la villita vuestra no a los soplos
del Austro expuesta está ni a los del Favonio
ni del salvaje Bóreas o del Subsolano:
a la verdad, a miles quince y doscientos.
Oh viento horrible y pestilente.

27

Ministro del añejo, chico, falerno:
sírveme a mí los cálices más amargos,
como la ley de Postumia manda, la maestra,
que una ebria baya más ebria.
Mas vosotras, adonde quiera de aquí salid, linfas
del vino perdición, y hacia los severos
migrad. Éste, mero es Tioniano.

28

De Pisón compañeros, cohorte inane
por sus aptos saquillos y expeditos,
Veranio óptimo y tú, mi Fabulo,
¿qué cosas portáis? ¿No bastantes, con este
soso, fríos y hambre soportasteis?
¿Es que algún gasto en las tablillas consta
de un ahorrillo, como a mí que, siguendo
a mi pretor, cuento lo dado como ahorrillo?
Oh, Memio: bien a mí, boca arriba, y largo tiempo
todo ese cipote lentamente me hiciste mamar.
Pero, por cuanto veo, en parejo caso
estuvisteis, pues de un nada menor capullo
hartos estáis. ¡Busca nobles amigos!
Mas a vosotros, males muchos los dioses y diosas
os den, oprobios de Rómulo y Remo.

29

¿Quién esto puede ver, quién puede soportarlo
si no un impúdico y un voraz y un tahúr,
que Mamurra tenga lo que la Comata Galia
tenía antes y la última Bretaña?
Sodomita de Rómulo, ¿esto verás y soportarás?
¿Y aquél ahora, soberbio y desbordante,
recorrerá los dormitorios de todos
como un blanquito palomo o un Adóneo?
Sodomita de Rómulo, ¿estas cosas verás y soportarás?
Eres un impúdico y un voraz y un tahúr.
¿Con este nombre, emperador único,
estuviste en la última isla de occidente,
para que esta vuestra rejodida méntula
doscientos mil se comiese o trescientos mil?
¿Qué otra cosa es que siniestra liberalidad?
¿Poco dilapidó o poco engullido ha?
Los paternos bienes los primeros derrochó,
segundos los botines pónticos, tras eso terceros
los iberos, cual sabe el caudal aurífero, el Tajo,
ahora en Galia es temido y Bretaña.
¿Por qué a esta mala persona alentáis, o qué éste sabe
sino ungidos patrimonios devorar?
¿Con este nombre, de la ciudad el más opulento
suegro, y tú, yerno, lo perdisteis todo?

30

Alfeno ingrato y para tus unánimes amigos falso,
¿ya tú nada te compadeces, duro, de tu dulce amiguito?
¿Ya a mí en traicionarme, ya no dudas en engañarme, pérfido?
Y no los hechos impíos de los falaces hombres a los celestiales placen,
lo cual tú olvidas y, pobre de mí, me abandonas en mis males.
Ahay, ¿qué han de hacer, di, los hombres, o en quién han de tener fe?
Ciertamente tú, tú me ordenabas mi alma entregarte, inicuo,
induciéndome al amor, como si seguro todo para mí fuera.
Tú mismo ahora te retraes y tus dichos todos y hechos
que los vientos, incumplidos, se los lleven, y las nieblas aéreas, dejas.
Si tú olvidado te has, empero los dioses se acuerdan, se acuerda la Fe,
la cual, que a ti te pese pronto el hecho hará, tuyo.

31

De las penínsulas, Sirmión, y de las islas
el ojillo, cuantas en los límpidos pantanos
y en el mar vasto llevan los dos Neptunos,
cuán gustosamente a ti, y cuán contento en ti te veo,
apenas a mí mismo yo creyendo que la Tunia y los bitunos
campos he dejado y te veo a ti, en seguridad.
Oh, qué, que los dejados cuidados, es más bendito,
cuando la mente su carga deja y de la peregrina
fatiga cansados venimos al lar nuestro
y nos acostamos en el añorado lecho.
Esto es lo que solo hay, por fatigas tan grandes.
Salve, oh, encantadora Sirmión, y de tu amo goza,
que él goza, y vosotros, oh de Lidia lago y olas,
reíd cuanto de risas hay en casa.

32

Te amaré, mi dulce Ipsitila,
mis delicias, mis encantos:
manda que a ti venga yo a la siesta,
y, si lo mandaras, aquello ayuda:
que ninguno atranque del umbral la tablilla
o que a ti no te agrade fuera salir,
sino en casa te quedes y prepares para nos
nueve continuas copulaciones.
A la verdad, si algo has de hacer, al punto mándalo,
pues bien comido yazgo, y, harto, boca arriba,
atravieso túnica y palio.

33

Oh el mejor de los ladrones de balnearios,
Vibenio, el padre, y tú, su sodomita hijo,
pues si de diestra el padre más emponzoñada,
de culo el hijo es más voraz,
¿por qué no al exilio y a sus malas orillas
os vais, puesto que en verdad de tu padre las rapiñas
conocidas son del pueblo, y tus nalgas peludas,
hijo, no puedes por un as seguir vendiendo?

34

De Diana estamos en la fe,
mozas y mozos íntegros:
a Diana, mozos íntegros
     y mozas, cantemos.
Oh Latonia, del grandísimo
Júpiter grande progenie,
a quien su madre cerca de la delia
     oliva nacida dejó,
de esos montes la dueña para que fueras,
y sus espesuras verdeantes,
y sotos recónditos,
     y caudales sonantes.
Tú, Lucina por las dolientes,
Juno llamada por las paridas,
tú potente Trivia, y, de bastarda luz,
     llamada eres Luna.
Tú, que con tu carrera, diosa, mensual
mides el camino anual,
los rústicos techos del agricultor
     de buenos frutos llenas:
seas con cualquier nombre que a ti
place, santa, y de Rómulo,
como antiguamente solido has, con buena
     fuerza salvaguarda el linaje.

35

Al poeta tierno, a mi camarada,
quisiera, a Cecilio, papiro, digas
que a Verona venga, dejando del Nuevo
Como las murallas y la laria costa,
pues ciertos pensamientos quiero
de un amigo que escuche, suyo y mío.
Por lo cual, si sabio es, la ruta devorará
aunque una cándida muchacha mil veces
al ir le llame y las manos al cuello
ambas echándole ruegue que se detenga,
la que ahora, si a mí la verdad me es anunciada,
por él muere de impotente amor,
pues desde el momento que leyó su comenzada
Del Díndimo la Señora, desde entonces a la pobrecilla
fuegos le comen su interior medula.
Te perdono a ti, sáfica muchacha,
que la Musa más docta, pues ha sido encantadoramente
la Magna Madre por Cecilio comenzada.

36

Anales de Volusio, cagado pliego,
su voto cumplid por mi chica,
pues a la santa Venus y a Deseo
votó, si a ella restituido le fuera yo
y dejaba de blandir bravos yambos,
que los más selectos escritos del peor
de los poetas al dios de tardo pie daría
para que unos infelices leños los chamuscaran.
Y esto la peor de las chicas vio que ella,
jocosamente, graciosamente, votaría a los divinos.
Ahora, oh del azul ponto creada,
la que el santo Idalio y los Urios abiertos,
la que Ancona y Gnido la arundinosa
honras, y que Amatunte, y que Golgos,
que Dirraquio, del Adriático la taberna,
acepto haz y devuelto el voto,
si no desagradable y desagraciado es.
Mas vosotros entre tanto venid al fuego,
llenos de campo y de inelegancias,
Anales de Volusio, cagado pliego.

37

Salaz taberna y vosotros, contubernales,
desde los hermanos del píleo la novena pila,
¿solos pensáis que tenéis pollas vosotros,
que a solos vosotros lícito es cuanto hay de chicas
follaros y creernos a los demás hircos?
¿Acaso porque contiguos os sentáis, insulsos,
cien o doscientos, no creéis que me atreveré
yo a que al par los doscientos me la maméis, los asistentes?
Y bien, pensadlo, pues para vosotros de toda
la taberna el frente con polvos escribiré,
pues mi chica, que yo, la que de mi seno huyó,
amé tanto cuanto amada será ninguna,
por la que yo he grandes batallas luchado,
se ha sentado aquí. A ella, buenos y dichosos,
todos la amáis, y, ciertamente, lo que indigno es,
todos insignificantes y callejeros adúlteros,
tú antes que todos, único de los de pelo largo,
de la conejosa Celtiberia hijo,
Egnacio, al que bueno hace tu opaca barba
y tu diente, fregado con ibera orina.

38

Mal va, Cornificio, a tu Catulo
mal va, por Hércules, y laboriosamente,
y más y más por días y horas.
A él tú, lo que mínimo y facilísimo es,
¿con qué palabras consolado le has?
Estoy airado contigo. ¿Así a mis amores?
Unas pocas, las que quieras, de palabras:
más afligidas que las lágrimas de Simónides.

39

Egnacio, porque cándidos dientes tiene,
los hace brillar todo el tiempo, por doquier. Si venido se ha del reo
a la banqueta, cuando el orador incita al llanto,
los hace brillar él; si cabe la pira de un devoto hijo
se plañe, huérfana cuando le llora, único, su madre,
los hace brillar él. Sea lo que sea, donde quiera que esté,
haga lo que haga, los hace brillar: esta enfermedad tiene,
ni elegante, a fe mía, ni urbana.
Por lo cual avisarte debo a ti yo, buen Egnacio.
Si urbano fueras, o sabino, o tiburtino,
o un gordo umbro o un obeso etrusco
o un lanuvino moreno y dentado
o un transpadano –para los míos también tocar–,
o quienquiera que puramente se lavase los dientes,
aun así, que los hicieras brillar tú todo el tiempo, por doquier, yo no querría:
pues, que una risa inepta, cosa más inepta ninguna hay.
Ahora bien, celtíbero eres: en la tierra celtiberia,
lo que cada uno mea, con esto se suele, por la mañana,
el diente y el roso espacio de la encía frotar,
así que, cuanto este vuestro diente más pulido está,
tanto que tú más cantidad has bebido, predica, de orina.

40

¿Qué mala mente a ti, pobrecillo de Rávido,
te lleva de cabeza hacia mis yambos?
¿Qué dios por ti no bien invocado
te dispone a incitar una malsana pelea?
¿Acaso es para arribar a las bocas de la gente?
¿Qué quieres? ¿Como sea ser conocido deseas?
Lo serás, puesto que a mis amores
quisiste amar, con larga condena.

41

Ameana, esa joven refollada,
enteros diez mil a mí me ha rogado,
esa joven de indecentilla nariz,
del derrochador formiano la amiga.
Parientes que tenéis a la joven a cargo:
a amigos y a médicos convocad.
No está sana esta joven, ni preguntar
suele cómo es al bronce imaginador.

42

Venid, endecasílabos, cuantos sois
todos, de todas partes, todos cuantos todos sois:
juego cree que yo soy una adultera indecente,
y niega que a mí me ha de devolver nuestros
pugilares, si sufrirlo podéis.
Persigámosla y requirámoslos.
Que quién es, preguntáis: aquélla que veis
indecentemente avanzar, mímicamente y molestamente
riendo con boca de cachorro galicano.
Alrededor apostaos de ella y requerídselos:
“Adúltera pútrida, devuelve los codicillos,
devuelve, pútrida adúltera, los codicillos.”
¿No un as te importa? Oh, lodo, lupanar,
o si más perdido puedes algo ser.
Pero no, aun así, ha de creerse esto bastante,
que si no otra cosa se puede, rubor
de su férrea cara de perra saquemos.
Clamad juntos, otra vez, con más alta voz:
“Adúltera pútrida, devuelve los codicillos,
devuelve, pútrida adúltera, los codicillos.”
Pero nada conseguimos, en nada se conmueve.
De mudar habéis la manera y modo vosotros,
si algo conseguir más allá podéis:
“Púdica y proba: devuelve los codicillos.”

43

Salve, ni de mínima nariz muchacha,
ni de bonito pie, ni de negros ojillos,
ni de largos dedos, ni de boca seca,
ni, claro es, de demasiado elegante lengua,
del derrochador formiano la amiga,
¿que tú, la provincia narra, eres bonita?
¿Contigo la Lesbia nuestra se compara?
Oh siglo sin gusto y desagraciado.

44

Oh fundo nuestro, o sabino o tibur,
pues que tú eres tibur defienden aquellos cuya intención
no es a Catulo herir, mas los que esto quieren,
por cualquier prenda que sabino es contienden,
pero, oh, ora sabino, ora, más verdaderamente, tibur:
estuve a gusto en tu suburbana
villa, y mala de mi pecho expulsé una tos,
una que, no sin merecerlo, a mí mi vientre,
mientras suntuosas cenas ando buscando, me dio.
He aquí que, mientras de Sestio quiero ser convidado,
un discurso contra Antio el candidato,
lleno de veneno y pestilencia, leí.
Desde entonces a mí una pesadez fría y una frecuente tos
me ha sacudido sin cesar, hasta que a tu seno hui
y me restablecí con ocio y con ortiga.
Por lo cual, rehecho, máximas a ti gracias
te doy porque no te has vengado de mi pecado,
y no suplico ya, si los abominables escritos
de Sesto yo recibiere, que pesadez y tos
le lleve su frío no a mí, sino al propio Sesto,
que entonces me llama: cuando su mal libro he leído.

45

A Acmé Septimio, sus amores,
teniéndola en el regazo, “Acmé”, dice “mía,
si a ti perdidamente no te amo y a amarte en adelante
todos los años estoy asiduamente dispuesto,
cuanto el que capaz más es de perecer,
solo yo, en la Libia y en la India tostada,
salga al encuentro de un garzo león.”
Esto que dijo, Amor, como por la siniestra antes,
por la diestra estornudó su aprobación.
Mas Acmé, levemente su cabeza girando
y dulce de su chico los ebrios ojillos
con aquella purpúrea boca suavemente besando,
“Así”, dice, “mi vida, Septimillo,
a este único dueño sin cesar sirvamos,
como a mí un mucho mayor y más acre
fuego me arde en mis blandas medulas.”
Esto que dijo, Amor, como por la siniestra antes,
por la diestra estornudó su aprobación.
Ahora, de un auspicio bueno partidos,
con mutuos ánimos aman y son amados:
a su sola Acmé el pobrecillo Septimio
prefiere que a a las sirias y bretañas;
en su solo Septimio la fiel Acmé
hace sus delicias y placeres.
¿Quién a otras personas más dichosas
ha visto? ¿Quién una Venus más auspiciadora?

46

Ya la primavera, desheladas, vuelve a traer las templanzas,
ya del cielo equinoccial el furor,
con las agradables auras del céfiro, calla.
Sean abandonados los frigios, Catulo, campos,
y de la Nicea bullente el campo fértil.
A las claras ciudades de Asia volemos.
Ya mi mente estremecida ansía vagar,
ya alegres de su afán los pies cobran fuerzas.
Oh dulces compañías de mis camaradas, adiós:
a quienes, lejos a la vez de casa que partimos,
distintas vías, diversamente, nos devuelven.

47

Porcio y Socratión, las dos siniestras
de Pisón, sarna y hambre del mundo / pura,
¿a vosotros ha antepuesto a mi Veraníolo
y a mi Fabulo el capullo de Priapo aquel?
¿Vosotros banquetes aseados suntuosamente
de día hacéis, y mis camaradas
buscan en un cruce las invitaciones?

48

De miel los ojos tuyos, Juvencio,
si alguien me dejara sin parar besarlos,
sin parar hasta miles trescientos besaría,
ni nunca me parecería que saciado estaría,
no si más densa que las áridas aristas
fuera de nuestro besar la siembra.

49

Oh el más diserto de los de Rómulo nietos,
cuantos son y cuantos fueron, Marco Tulio,
y cuantos después en otros años serán,
gracias a ti máximas Catulo
te da, el peor poeta de todos,
tanto el peor poeta de todos,
cuanto tú el mejor patrono de todos.

50

De ayer, Licinio, en el día, ociosos,
mucho bromeamos en mis tablillas,
como convenía que fuera a unos chicos delicados.
Escribiendo versículos, cada uno de nosotros
bromeaba con un ritmo ora éste, ora esotro,
rindiendo su vez entre el juego y el vino,
y de allí salí, por tu gracia
encendido, Licinio, y tus donaires,
que ni, triste de mí, la comida me agradara
ni el sueño cubriera de quietud mis ojos,
sino por todo el lecho indómito de furor
diera vueltas deseando ver la luz
para contigo hablar y junto a ti estar.
Mas, agotados de fatiga mis miembros, después que
semimuertos en mi cama yacían,
este, alegre amigo, poema te hice,
por el que percibieras mi dolor.
Ahora, audaz guárdate de ser, y las preces nuestras,
te rogamos, guárdate de despreciar, ojillo mío,
no sus castigos Némesis te demande a ti.
Es una vehemente diosa: de herirla te guardarás.

51

Aquel a mí, que par es a un dios, parece,
aquel, si impío no es, que supera a los divinos,
el que sentado en contra una y otra vez a ti
     te contempla y oye,
dulce riendo, lo que, pobre de mí,
todos me arranca los sentidos, pues una vez que a ti,
Lesbia, te he contemplado, nada tengo más yo
     de voz en la boca,
sino la lengua se atiere, tenue bajo mis órganos
una llama dimana, por el sonido suyo
tintinan mis oídos, y gemelas se cubren
     mis luces de noche.
El ocio, Catulo, para ti molesto es:
por el ocio exultas y demasiado vibras:
el ocio también a reyes antes y a dichosas
     perdió ciudades.

52

¿Qué es, Catulo, qué te demoras para morir?
En la silla curul el bocio de Nonio se sienta,
por el consulado perjura Vatinio:
¿Qué es, Catulo, qué te demoras para morir?

53

Me he reído de no sé quién ora, del corro,
que, cuando admirablemente los vatinianos
cargos mi Calvo había explicado,
admirado dice esto, y las manos levantando:
“Dioses magnos, mamarracho diserto.”

54

De Otón la cabeza que un pueblo es más diminuta,
y de Herio rústicamente semiaseadas las piernas,
sutil y leve el pedo de Libón.
Si no todo esto, que te desagradaran quisiera yo
a ti y a Fuficio, viejo recocido, ...
Enójate otra vez con mis yambos
de ello inmerecedores, único emperador.

55

Nos te rogamos, si por ventura no molesto te es,
nos muestres dónde están tus tinieblas.
A ti en el Campo menor te buscamos,
a ti en el Circo, a ti en todos los libelos,
a ti en el templo sagrado del supremo Júpiter.
A la vez, del Magno en el paseo,
a las mujercillas todas, amigo, prendí,
a las que con rostro vi, aun así, sereno.
“Ah, cededme”, así yo hostigaba,
“a Camerio a mí, malísimas chicas.”
Una dice, un seno sacando:
“Helo aquí, de rosa en mis pezones se esconde.”
Pero a ti ya soportarte de Hércules una labor es:
con tan gran arrogancia a ti te niegas, amigo.
Dinos dónde has de estar, sal
audazmente, entrégate, confíate a la luz.
¿Ahora te tienen de lechecilla unas chicas?
Si la lengua tienes cerrada en la boca
los frutos desperdicias del amor todos.
De la verbosa charla goza Venus.
O, si quieres, lícito sea que cierres el paladar,
mientras de vuestro amor sea yo partícipe.

56

Oh cosa ridícula, Catón, y divertida
y digna de los oídos y de tu carcajada.
Ríe todo lo que amas, Catón, a Catulo:
cosa es ridícula y por demás divertida.
Sorprendí ora a un chiquillo que a una chica
meneaba; a él yo, si place a Dione,
con el pértigo de la mía rígida, lo abatí.

57

Pulcramente les va a estos inmorales sodomitas,
a Mamurra, el bardaje, y a César,
y no es admirable: manchas pares en los dos,
urbana la una, y aquella formiana,
impresas en ellos residen y no se limpiarán,
morbosos al par, gemelos los dos,
en una misma camilla instruidillos ambos,
no éste que aquél más voraz adúltero,
rivales socios de las chiquillas.
Pulcramente les va a estos inmorales sodomitas.

58

Celio, la Lesbia nuestra, la Lesbia aquella,
aquella Lesbia que Catulo sola
más que a sí y a los suyos amó todos,
ahora, en los cruces y las callejas,
desbulla a los magnánimos, de Remo nietos.

58B

No si el guardia yo me fingiera aquel de los cretes,
no Ladas yo, o el piealado Perseo,
no si el pegáseo vuelo me llevara,
no el de Reso, el de la nívea y rauda biga,
añade ahí piedepluma y volátiles,
y de los vientos al par requiere la carrera,
que juntos, Camerio, a mí me dedicaras:
agotado yo, aun así, en todas mis medulas,
y por muchos desmayos consumido
estaría, a ti, amigo, de buscarte.

59

La bononiense Rufa a Rúfulo chupa,
la mujer de Menenio, la que a menudo en los sepulcretos
visteis de la propia pira arrebatar la cena,
cuando, el devuelto pan del fuego persiguiendo,
por el medio afeitado incinerador era golpeada.

60

¿Acaso a ti una leona en los montes libistinos,
o Escila ladrando por la más baja parte de sus ingles,
de tan mente dura te engendró y agresiva,
que de un suplicante la voz en su postrero lance
despreciada tuvieras, ah tú, demasiado fiero corazón? (Catulo)
A UNA MUJER QUE SE AFEITABA Y ESTABA HERMOSA


Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que aquel blanco y color de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Pero tras eso confesaros quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual de rostro verdadero.

Mas ¿qué mucho que yo perdido ande
por un engaño tal, pues que sabemos
que nos engaña así Naturaleza?

Porque ese cielo azul que todos vemos,
ni es cielo ni es azul. ¡Lástima grande
que no sea verdad tanta belleza! (Bartolomé Leonardo de Argensola)
A UN CABALLERO Y UNA DAMA QUE SE CRIABAN JUNTOS DESDE NIÑOS Y SIENDO MAYORES DE EDAD PERSEVERARON EN LA MISMA CONVERSACIÓN


Firmio, en tu edad ningún peligro hay leve;
porque nos hablas ya con voz escura,
y, aunque dudoso, el bozo a tu blancura
sobre ese labio superior se atreve.

Y en ti, oh Drusila, de sutil relieve
el pecho sus dos bultos apresura,
y en cada cual sobre su cumbre pura
vivo forma un rubí su centro breve.

Sienta vuestra amistad leyes mayores:
que siempre Amor para el primer veneno
busca la inadvertencia más sencilla.

Si astuto el áspid se escondió en lo ameno
de un campo fértil, ¿quién se maravilla
de que pierdan el crédito sus flores? (Bartolomé Leonardo de Argensola)

Meditación ante el cráneo de Schiller

Era el lúgubre osario... en orden, mudos...
quédome absorto al remirar la fila
de cráneos polvorosos y desnudos;

y atónito, nublada la pupila
en la visión, soñé los tiempos idos...
y fue el pasado en su mudez tranquila.

Los que tanto se odiaron, ora unidos,
rozándose, mezclaban los despojos
de duros huesos en la lid partidos,

y acostados en cruz ante mis ojos,
en posición de beatitud serena
dormían dulcemente sus enojos:

vi en sueltos eslabones la cadena
de omóplatos en tanto el mundo ignora
¡qué fardo les impuso la condena!

Y aquellos miembros ágiles de otrora,
manos y pies de gracia floreciente,
muestran su lasitud separadora...

Fatigados mortales, vanamente
a lo largo tendidos en la fosa,
ni allí gozáis de la quietud clemente

¿Quién ama la ruina pavorosa
ya así desnuda en la inquietud del día
y urna otro tiempo de beldad dichosa?

Esa yerta escritura me decía
a mí el devoto, lo que extraña gente
signos sagrados no leía.

Súbito en medio del montón yacente,
descubro al fin la fúlgida cabeza
sin par, helada, enmohecida, ausente,

y siento reanimarse mi tristeza
con secreto calor, y d'ese abismo
un raudal con vívida presteza,

Lléname de hondo encanto el cataclismo
al ver en esa huella soberana
divina concepción de hondo mutismo...

Y va mi mente hacia la mar lejana,
que hace y destruye formas en su seno
aún más perfectas que la forma humana.

Vaso de enigmas, otro tiempo lleno
de oráculos, mi mano desfallece:
no puedo alzarte en ademán sereno.

¡La podre lavaré que te ensombrece,
tesoro sin igual, y en aire puro
ya libre sol donde el pensar florece!

No logra el hombre en su sondar oscuro
captar el todo que la vida escancia
si Dios-natura cede a su conjuro

y le dice por qué de la sustancia
deja exhalar su espíritu que crea,
y cómo permanece en la sustancia
su dinamismo genitor: ¡la idea! (Johann Wolfgang von Goethe)



Ergo bibamus

Unidos aquí estamos para una acción laudable;
por tanto, hermanos míos, arriba. Ergo bibamus!
Resuenen nuestros vasos y callen nuestras lenguas;
levantar vuestras almas muy bien. Ergo bibamus!

He aquí una sentencia tan vieja como sabia;
conserva su vigencia hoy lo mismo que antaño,
y un eco nos aporta de espléndidos festines,
esta jovial y grata consigna: Ergo bibamus!

Hoy he visto a mi dulce amada placentera;
al punto fui y me dije: "Bueno está. Ergo bibamus!"
Me acerqué sin recelo y ella me acogió bien.
Y entonces repetí mi alegre Ergo bibamus!

Mas lo mismo si os mima y os acaricia y besa,
que si nos niega adusta su corazón y brazos,
¿qué recurso nos queda, mientras no nos sonríe,
que de nuevo apelar al viejo Ergo bibamus!

De los amigos lejos cruel destino me lleva.
¡Oh fieles camaradas! ¿Qué hacer? Ergo bibamus!
Ya me marcho cargado con liviano bagaje;
quiere decir se impone un doble Ergo bibamus!

Y aunque a veces el cuerpo la carcoma nos roa,
nunca de la alegría vacío el tesoro hallamos;
que el alegre al alegre suele prestar rumboso,
así que, hermanos mios, ¡venga un Ergo bibamus!

Ahora bien: ¿qué debemos cantar en este día?
¡Yo tan sólo pensaba cantar Ergo bibamus!
Pero recuero ahora su especial importancia;
así que alzar las voces. De nuevo Ergo bibamus!

Este día se nos mete la dicha por la puerta;
resplandecen las nubes, tiembla el trigo dorado;
y una imagen divina brilla ante nuestros ojos;
así que alegremente cantad Ergo bibamus! (Johann Wolfgang von Goethe)


Oda a la melancolía
1
No vayas al Leteo ni exprimas el morado
acónito buscando su vino embriagador;
no dejes que tu pálida frente sea besada
por la noche, violácea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
ni dejes que polilla o escarabajo sean
tu alma plañidera, ni que el búho nocturno
contemple los misterios de tu honda tristeza.
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,
y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.


2
Pero cuando el acceso de atroz melancolía
se cierna repentino, cual nube desde el cielo
que cuida de las flores combadas por el sol
y que la verde colina desdibuja en su lluvia,
enjuga tu tristeza en una rosa temprana
o en el salino arco iris de la ola marina
o en la hermosura esférica de las peonías;
o, si tu amada expresa el motivo de su enfado,
toma firme su mano, deja que en tanto truene
y contempla, constante, sus ojos sin igual.


3
Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.
También con la alegría, cuya mano en sus labios
siempre esboza un adiós; y con el placer doliente
que en tanto la abeja liba se torna veneno.
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo
tiene su soberano numen Melancolía,
aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa
boca muerde la uva fatal de la alegría.
Esa alma probará su tristísimo poder
y entre sus neblinosos trofeos será expuesta.(John Keats)

Oda a una urna griega

1
Tú todavía inviolada novia del sosiego,
criatura nutrida de silencio y tiempo despacioso,
silvestre narradora que así puedes contar
una historia florida con dulzura mayor que nuestro canto.
¿Qué leyenda orlada de hojas evoca tu figura
con dioses o mortales o con ambos,
en Tempe o en los valles de Arcadia?
¿Qué hombres o qué dioses aparecen? ¿Qué rebeldes doncellas?
¿Qué loca persecución? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué caramillos y panderos? ¿Qué éxtasis salvaje?

2
Dulces son las oídas melodías, pero las inoídas
son más dulces aún; sonad entonces suaves caramillos
no al oído carnal, sino, más seductores,
dejad que oiga el espíritu tonadas sin sonido.
Hermoso adolescente, bajo los árboles, no puedes
suspender tu canción ni nunca quedarán los árboles desnudos;
amante audaz, no alcanzarás el beso
tan cercano, mas no penes;
ella no puede marchitarse, aunque no se consume tu deseo,
para siempre amarás y ella será hermosa.

3
Ah ramas felicísimas que no podréis nunca
esparcir vuestras hojas ni abandonar jamás la primavera;
y tú, oh músico feliz, infatigable,
que modulas sin término canciones siempre nuevas;
y más feliz amor y más y más feliz amor,
entre el deseo para siempre y la inminencia de la posesión,
entre el aliento jadeante y la perpetua juventud.
Todo respira mucho más arriba que la pasión del hombre
que deja el corazón hastiado y dolorido,
y una frente febril y una boca abrasada.

4
¿Quiénes avanzan hacia el sacrificio?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que muge hacia los cielos
y cuyos sedosos flancos se visten de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad en las orillas de un río o de la mar
o en una montaña coronada de quieta ciudadela
dejan sus gentes sola en la pía mañana?
Ciudad pequeña, tus calles para siempre
quedarán en silencio y nadie nunca
para dar la razón de tu abandono ha de volver.

5
¡Ática forma! ¡Figura sin reproche! En mármol,
de hombres y doncellas guarnecida
y de silvestres ramos y de hierbas holladas.
Oh forma silenciosa que desafía nuestro pensamiento
como la eternidad. Oh fría pastoral.
Cuando a esta generación consuma el tiempo
tú quedarás entre otros dolores
distintos de los nuestros, tú, amiga del hombre, al que repites:
La belleza es verdad y la verdad belleza. Tal es cuanto
sobre la tierra conocéis, cuanto necesitáis conocer.(John Keats)

sábado, 23 de junio de 2012



APOLOGÍA DE SÓCRATES

Ciudadanos de Atenas: Ignoro qué impresión habrán despertado en vosotros las palabras de mis
acusadores. Han hablado tan seductoramente que al escucharlas, casi han conseguido
deslumbrarme a mí mismo. Sin embargo, quiero demostraros que no han dicho ninguna cosa que
se ajuste a la realidad. Aunque de todas las falsedades que han urdido, hay una que me deja lleno
de asombro: aquella en que se decía que tenéis que precaveros de mí, y no dejaros embaucar
porque soy una persona muy hábil en el arte de hablar. Y ni siquiera la vergüenza les ha hecho
enrojecer al sospechar de que les voy a desenmascarar con hechos y no con unas simples
palabras. A no ser que ellos consideren orador habilidoso a aquel que sólo dice y se apoya en la
verdad. Si es eso lo que quieren decir, gustosamente he de reconocer que soy orador, pero jamás
en el sentido y en la manera usual entre ellos. Aunque vuelvo a insistir, que poco, por no decir
nada, an dicho que sea verdad.
Y, ¡por Zeus!,que no les seguiré el juego compitiendo con frases redondeadas, ni con bellos
discursos escrupulosamente estructurados como es propio de los de su calaña, sino que voy a
limitarme a decir llanamente lo que primero se me ocurra, sin rebuscar mis palabras, como si de
una improvisación se tratara, porque estoy tan seguro de la verdad de lo que digo, que tengo
bastante con decir lo justo, dígalo como lo diga. Por eso, que nadie de los aquí presentes, espere
de mí, hoy, otra cosa. Porque, además, a la edad que tengo sería ridículo que pretendiera
presentarme ante vosotros con rebuscados parlamentos, propios más bien de los jovenzuelos con
ilusas aspiraciones de medrar.
Tras este preámbulo, debo haceros, y muy en serio, una petición. Y es la de que no me exijáis
que use en mi defensa un tono y estilo diferente del que uso en el ágora, curioseando las mesas
de los cambistas o en cualquier sitio donde muchos de vosotros me habéis oído. Si estáis
advertidos, después no alborotéis por ello. Pues, ésta es mi situación: hoy es la primera vez que
en mi larga vida comparezco ante un tribunal de tanta categoría como éste. Así que, -y lo digo
sin rodeos-, soy un extraño a los usos de hablar que aquí se estilan. Y si en realidad fuera uno de
los tantos extranjeros que residen en Atenas, me consentiriais, e incluso excusaríais el que
hablara con aquella expresión y acento propios de donde me hubiera criado. Por eso, debo
rogaros (aunque creo tener el derecho a exigirlo) que no os fijéis ni os importen mis maneras de
hablar y de expresarme (que no dudo de que las habrá mejores y peores) y que por el contrario,
pongáis atención exclusivamente en si digo cosas justas o no. Pues, en esto, en el juzgar, consiste
la misión del juez, y en el decir la verdad, la del orador.
Así pues, lo correcto será que pase a defenderme.