martes, 3 de julio de 2012


Dedicados a Don Jorge Manrique de Lara y Cárdenas,Duque de Maqueda, Virrey y Capitán General del Reino de Orán


                        1
    Los ciento que dio pasos bella dama,
los mil que dio suspiros tierno río,
siendo ella esquiva más que al sol su rama,
y él, más que el sol amante a su desvío,
yo cantaré, que amor mi pecho inflama,
y no de Marte el plomo, cuyo brío
en el vaciado bronce, resonante,
venganza es ya de Júpiter tonante.

                        2
    Tú que le has dado con süave huella
alma a las mías y alas a mi pluma,
constelación de Amor hermosa y bella,
aunque nacida no de blanca espuma,
ésta recibe, que si no es querella
de mi tierna pasión, es breve suma
de cuantas se movió veces tu planta
grave, por quien es ya grave Atalanta.

                        3
    y vos, que el generoso siempre oído
adulzáis con el son de la cometa
del suelto cazador bien repetido,
ya veces reiterado en la escopeta,
agora estéis al arrayán tendido,
de Venus fulminando la saeta,
agora, mientras Febo al mar declina,
blandiendo el pasador entre la encina,

                        4
    agora de damasco entre la ropa,
debajo del dosel bordado augusto,
despachéis de negocios larga tropa,
interrompiendo de la siesta el susto,
agora en el jinete que galopa,
por no olvidar tan generoso gusto,
queráis batir el lado, que se bate
con el agudo bárbaro acicate.

                        5
    Si pasos de una dama son de estima,
que como el dueño son graves y bellos,
escuchaldos, Señor, antes que imprima
profano el vulgo su ponzoña en ellos,
que si de la excelencia que os sublima
parte les toca, dudo que los cuellos
de tantos Aristarcos no domados,
se escapen esta vez de ser pisados.

                        6                      
    y juntamente recibid de un río,
que os besa el pie como fiel vasallo,
el requebrado acanto, si ya el brío
no os sobrelleva de andaluz caballo,
con cuyo beneplácito, ya el mío,
si un tiempo se dispuso a comenzallo,
fin dichoso dará, que en voz difusa
éstos los versos son y ésta es la Musa.

                        7
    Era violetas ya, lo que antes rosa,
y alas de hielo, lo que ardiente paso,
sobre quien acostó noche odiosa
la carrera del sol que iba al ocaso,
cuando los dos de mi pastora hermosa
dieron su luz al horizonte escaso.
Yo los miré, y el cielo, que los vía,
volvió a lucir y comenzose el día,

                        8
    por cuya luz de innmnerable smna,
veloces más que el mismo pensamiento,
con alado remar naves de plmna
volvieron a surcar mares de viento,
formando visos en lugar de espmna
su no desalentado movimiento,
y alegres alternando aquella salva,
que por patrona se le debe al Alba.

                        9
    Luego en la grama, estrado de la ve!
hijas de Venus la violeta y rosa,
una se ensancha y otra se despliega,
y cada cual se vuelve más hermosa.
También el mar, que el pájaro navega,
medio calmó la inundación briosa,
y por vía de halagos a las flores
les sosacó los más de sus olores.

                       10
    Luego se vio mover divina planta
que amenidad brotó por cada orilla,
mientras a su epiciclo se adelanta
ésta, que es luna en pálida servilla,
de cuyo acceso admiración fue tanta
al ya que la contempla Najerilla,
que abrir le hizo tras sus pies de nieve
boca de perlas que cristales bebe.

                       11
    Y alzando de sus urnas la cabeza,
de verbenas y lirios coronada,
bien fuese estimación de su belleza,
o bien rigor de fuerza enamorada,
como la dulce tórtola, que empieza
a penetrar los vientos lastimada,
en dulce son con labios de corales
sembró por su cristal querellas tales:


                       12
    "O tú, que agora por mi bien paseas
la gran juridicción de este distrito
y con tu blando respirar recreas
mi grave padecer, que es infinito,
dulce serrana, bienvenida seas,
para reparo del mayor conflito
que el ciego dios con flechas de diamante
pudo imprimir en corazón de amante.

                       13
    Después que con tu pie nevado y terso
pisaste el suelo que el Abril colora,
tumbose el so4 pasmose el universo,
viendo volver a mi cristal la Aurora,
y con esmaltes de color diverso,
(bien que no tales) la dedálea Flora,
por solo hacer retrato de tus flores,
esta margen pintó de mil colores.

                       14
    Estaba ya cubriendo a sus hijuelos,
con alas de piedad toda dormida,
desquitándose allí de mil desvelos
que la tuvieron casi enmudecida,
la dulce Filomena, a quien los cielos
dieron más suavidad que alegre vida,
cuando al sentir el Alba en tus madejas
dejó sus hijos y empezó sus quejas.

                       16
    Siguiéronse a la voz desta avecilla
otras, que congregaron tus dos ojos,
extendiéndose ya por nuestra orilla,
donde el jazmín aún siente mis enojos.
Sólo tu pecho, dura pastorcilla,
es mármol frío, es ásperos abrojos,
pues con tenerme esclavo el albedrío
aún no quieres llamarte dueño mío.

                       17
    Si es presunción, merezca este desprecio
en recompensa ya piadoso estilo,
que es para mi terneza el golpe recio,
y para tanto amor severo el filo.
y pues con mi cristal no tienen precio
los que redundan del egipcio Nilo,
estima mi deidad, y esta grandeza
halle cabida en tu mayor belleza

                       18
    que bien Endimión pudo villano
y entre las selvas rústico vaquero,
merecer de su amor gozar temprano,
como sus brazos al primer lucero;
que la luna, al mirarle tan lozano,
no se curó del hábito grosero,
antes de Latmia en la brefiosa cumbre
mezcló con su sayal su blanca lumbre.

                       19
    ¿Pues qué diré del ganadero Anquises?
Mas pregúntale a Venus citerea,
quién es el hortelano de sus lises
o el pincel en el Ida de su idea.
¿Agrícola de mares no era Ulises?
¿Pues cómo de Calipso gozó dea?
Mas cuando el ciego Amor dispara el oro,
lo que menos se estima es el decoro.

                       20
    Ni soy tan bajo yo, que bien pudiera
tener entre los dioses cetro y silla,
pues mientras ellos gozan de su esfera,
yo rijo a su pesar tan ancha orilla,
a donde, si tendió la Primavera
alfombra nacarada y amarilla,
es porque sabe que mis pies son tales
que hollar merecen regios sitiales

                       21
    Del Indio mar al Bósforo cimmerio,
que sobre parda crin nieve sustenta,
hasta donde vibró cristiano imperio
la cruz sagrada, de su Dios sangrienta,
saben que al Ebro, no más que al iberio
golfo, de plata mi caudal aumenta
con tanta copia, que alabarme puedo,
que si mucha le doy, con más me quedo.

                       21
    ¿Qué precioso metal pródigo envía
al gran Tercero, del mayor segundo,
el mineral, que Antártico lo cría
para su diestra que sustenta el mundo,
que no lo tenga mi campaña umbría,
ya en lo más alto, ya en lo más profundo?
Porque el oro que dan nuestras arenas
no está, cual suele, repartido en venas.

                       23
    Cien haces tengo de coral bruñido,
todos labrados con aliño al torno,
para quemar en honra de tu olvido
sobre el altar de amor con grato adorno.
Pues dime ¿qué serán los que el florido
bosque marino me dará en retorno
de haberle dado, para más aumento,
a secas plantas, húmedo alimento?

                       24
    De esmeraldas, zafiros y rubíes
tengo en un camarín tan grande copia,
que si lo ves, no es mucho que porfíes
ser el público erario de Etiopia.
¿Pues qué, si de bordados carmesíes
te muestro acaso mi vivienda propia?
sin duda que dirás que sus cuarteles
sufren la carga de cien mil doseles.

                       25
    Sobre basas no al olio contrahechas
sino robustas de diamante fijo
firmes estriban, blancas y derechas,
con molduras que causan regocijo,
columnas de cristal, que fueron hechas
por industria de artífice prolijo,
más de seiscientas, y éstas son el homb
que sustenta la máquina, y asombro.

                       26
    Corona de amethista es la techumbI
que en proporción se parte en artesones
lagunares, que han sido de su cumbre
como de mi deidad logrados dones,
y para honor de tanta pesadumbre,
de esmeraldas fijó tantos balcones,
que te podré jurar, mi bien, que apenas
se extienden en mi mar tantas arenas.

                       27
    Últimamente es éste mi palacio,
capaz de aposentar al gran Neptuno,
donde, si quieres asistir de espacio,
tendrás después de mil sirvientes, uno
que cefiirá tus sienes de topacio,
y si a tu honestidad no es importuno,
él, por su mano -tal amor le mueve-,
calzará de cristal tu pie de nieve.

                       28
    Ninfas verás aquí blancas y bellas,
que, aunque contigo no serán hermosas,
podrán bien competir con las estrellas,
tales son sus claveles y sus rosas.
Éstas serán tus damas y doncellas,
por ser muy serviciales y graciosas,
-si tanto nombre pueden merecello-,
blancas en rostro, verdes en cabello.

                       29
    y si tuvieres de pisar espumas
gusto tal vez, carrozas tengo, y tales
que llevada serás de blancas plumas
iguales en pureza a los cristales.
Que aunque nuestra región no es la de Cumas,
abunda tanto en estos animales,
que, si por cisnes va, iuncir podría
más de diez mil carrozas en un día.

                       30
    Ven pues, serrana, ven y no te escondas,
serás, con ser esposa de este río,
Tetis feliz de las mejores ondas
que vayan a dar lustre al mar umbrío.
Mira que es justo que al amor respondas
con dulce agradecer, no con desvío,
antes que ese desdén y ese recato
lleguen a padecer el plomo ingrato."

                       31
    Dijera más, si no que de repente
se volvió la región cual antes era,
o más oscura que ébano de oriente,
o negra más que mi pasión severa.
Pero la luz que le negó a la fuente
se la prestó al lugar, que ya la espera,
al tiempo que su pie, blanco al miralle,
decendiendo esta vez, pisó en la calle.

                       32
    Quedó el amante desdeñado y tierno,
en éxtasis mortal todo arrobado,
y como el campo en medio del hibierno,
el de su cara seco y agostado,
hasta que con un jay!, del alma interno,
rescate de su espíritu alterado,
volvió de aquel letargo, y al no verla
en agua se deshizo perla a perla.

                       33
    Ya camina mi sol, dulces pastores,
salid a verle; gozaréis sus rayos
que están vertiendo aquí y allí mil flores
a quien no perderán tibios desmayos.
Salid, salid, veréis los dos Amores
colgar de los claveles de sus mayos,
que quien su labio viere o su mejilla,
estimará por cuerdo al Najerilla.

                       34
    El Alba así cuajada de arreboles
no se mostró tan plácida y lozana,
aunque recame bien sus tornasoles
de aljófar blanco y colorada grana,
como se muestra bella con dos soles,
Aurora más feliz, nuestra aldeana
un sábado a la tarde, que podría
jurar que vio tres soles en un día.

                       35
    Sobre túnica más que nieve pura
yo vi pellico azul, que si no era
del mar de su marfil vela segura,
era a lo menos velo de su esfera,
en cuya frente más que la blancura
pude notar la proporción severa,
pues dejado de ser brufiido espejo
era el fiscal allí su sobrecejo.

                       36
    Nube delgada por sus hombros lleva,
que sombra mereció ser de su lumbre,
de una tela, que el Betis hizo nueva
para encubrir lo excelso de su cumbre,
de quien el viento a despeñarse prueba,
ya por inclinación, ya por costumbre,
y haciendo globos del cendal sencillo,
suele juntar su soplo a su soplillo.

                       37
    Como hueco pavón, que al aire riza
plumas, que del pastor fueron despojos,
en quien sagaz Mercurio se desliza
adormeciendo sus despiertos ojos,
tal iba por la calle haciendo riza,
ya suspendiendo, ya quitando enojos,
ya dando al viento transparente y cano
flores que se nacieron en su mano.

                       38
    Con esta suavidad, con este brío
llegó de su cabafia a los umbrales,
habiéndose llevado el albedrío
de mil amantes con sus dos corales,
labios que al dulce pensamiento mío
servirán de cadenas inmortales,
si no es que quieran despertar desvelos,
entre safia y desdén, rabiosos celos.

                       39
    y sin hacer caudal de amantes penas,
hijas bastardas de sus hebras de oro,
que fueron casi más que tus arenas,
Najerilla, y los llantos que yo lloro,
se entró en las salas de su estancia amenas,
templo de la beldad, aras que adoro,
y ocultada su luz dorada y pía,
volviose a continuar la noche fría. (Esteban Manuel de Villegas)